20.7.22

201/365 William Faulkner

 





–¿Entonces cuál sería el mejor ambiente para un escritor?

– El arte tampoco tiene nada que ver con el ambiente; no le importa dónde está. Si usted se refiere a mí, el mejor empleo que jamás me ofrecieron fue el de administrador de un burdel. En mi opinión, ése es el mejor ambiente en que un artista puede trabajar. Goza de una perfecta libertad económica, está libre del temor y del hambre, dispone de un techo sobre su cabeza y no tiene nada que hacer excepto llevar unas pocas cuentas sencillas e ir a pagarle una vez al mes a la policía local. El lugar está tranquilo durante la mañana, que es la mejor parte del día para trabajar. En las noches hay la suficiente actividad social como para que el artista no se aburra, si no le importa participar en ella; el trabajo le da cierta posición social; no tiene nada que hacer porque la encargada lleva los libros; todas las empleadas de la casa son mujeres, que lo tratarán con respeto y le dirán "señor". Todos los contrabandistas de licores de la localidad también le dirán "señor". Y podrá tutearse con los policías. De modo, pues, que el único ambiente que artista necesita es toda la paz, toda la soledad y todo el placer que pueda obtener a un precio que no sea demasiado elevado. Un mal ambiente sólo le hará subir la presión sanguínea, al hacerle pasar más tiempo sintiéndose frustrado o indignado. Mi propia experiencia me ha enseñado que los instrumentos que necesito para mi oficio son papel, tabaco, comida y un poco de whisky.


Jean Stein Vanden Heuvel – Entrevista a William Faulkner (1956)


1

Borrada la confidencia periodística, tomado como boutade, bastaría una máquina de escribir Underwood. A beneficio memorialístico, esa máquina está en Rowan Oak, la casa de los Faulkner, una especie de Tara libresca, en Oxford, Mississippi. El Faulkner rural, ebrio, emprovinciado, demiurgo de Yoknapatawapha, el que reivindicaba la bondad de la escritura pero renunciaba a la importancia del escritor. Porque hay muchos escritores dentro del escritor o muchos lectores dentro del lector. No hay ocasión en que no vuelva a Faulkner sin que me descubra absorto en un pasaje que pasé por alto o en el que no entreví nada relevante. Faulkner es a la literatura como Charlie Parker al jazz. A los dos les encantaba lucirse con sustancias milagrosas. Faulkner amaba el bendito éter de los alambiques tanto como una página en blanco. De hecho, las palabras iban saliendo a medida que el whisky iba menguando. Ya lo dice bien a las claras: papel, tabaco, comida y un poco de whisky.


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Escribió: "Algunas personas nacen para creer las mentiras de otras". Y hay quienes vinieron al mundo para mentir. Quienes cuentan mentiras como si no lo fuesen en absoluto y creen el texto de esa infamia y lo elevan a plegaria. Quienes son incapaces de mentir, pero se engañan a sí mismos porque la verdad, alumbrada al mundo, les hiere, les aturde, les niega la secreta esperanza de ser felices. Una parte infantil de nosotros (adulta quizá también) echa en falta la prodigiosa literatura de la mentira. Por eso mucha gente se dedica a escribir: porque escribir legitima para pervertir la realidad y crear un territorio idílico en el que importa más la belleza de las cosas (o su extrañamiento o la forma en que se revela) que su veracidad. Faulkner es el mentiroso profesional. Faulkner miente estos días para mí al releer (qué placer) El ruido y la furia, en ratos, sin aplicarme como lo hice hace muchos años. El lector, el crédulo, es el feligrés, el que consiente la cortesía fantástica de aceptar el engaño. La historia contada por una lado o por otro o sentida o presentida, pero la historia a trompicones, que es la historia como ha sido entendida. En ésas estamos, créanme.

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Ser lector es, ante todo, vivir en esa fértil incredulidad. Escribir es una forma razonable de envalentonarse con la realidad y, a la manera de un pequeño dios, uno rudimentario y caprichoso, concebir otra que la corteje, fornique y preñe. O que la niegue y la arrumbe en el más sórdido de los olvidos posibles. La literatura segrega imposturas. La imaginación es una tentativa de felicidad que no se fía del apero de la realidad, aunque después, conforme el escritor se acomoda a su oficio y adquiere estilo, precisión y confianza, la literatura no recluta fingimientos ni acude a falsedades consentidas, pero hace falta ser Faulkner, y expresar sin aderezo estilístico, ideas formidables en un envase modestísimo.

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Faulkner escribe muy bien, hay que dejar eso claro. Describe la turbiedad como si no hubiese otra cosa que turbiedad. Que al leer a Faulkner veas mugre quiere decir que hay mugre. Tiene también un amargor que se abre paso hacia la dulzura. Hay pasajes que se releen por el gusto de emboscarse en las palabras, pero la recomendación para quien no haya leído nada suyo es dejarse ir, avanzar como si se estuviese participando en una carrera. Puedes respirar, mirar el paisaje, comprender la motivación del paisaje para importunarte o para arruinar tu desempeño, pero la consecución de la meta es formidable. Hasta crees estar corriendo con todos esos personajes inocentes y malvados, solitarios y enamorados, desencantados y entusiasmados, mediocres y sublimes con igual nobleza. Hay un párrafo que se extiende hasta que te agota. Como una cuesta arriba desde cuya cima se ven otras y no se tiene noticia de la llegada. No importa llegar. Hay que escuchar el ruido de las cosas que suceden mientras corres. Si se comete la imprudencia de cobrar aliento y hacer una parada, cuesta retomar el impulso. Ayer dejé el libro por no sé qué página y esta mañana, al abrirlo, tuve que echar atrás. 

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Faulkner hace pensar en Joyce, que hace pensar en uno mismo cuando divaga a solas y de pronto se ve discurriendo en voz alta (pensada a veces la voz tan sólo) sobre las exigencias de la vida o sobre las penurias por las que uno pasa hasta que el sueño lo derrota y cree poder empezar de nuevo mañana como si nada. 

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Hay una cita de Faulkner que abre un libro del Vázquez Montalbán poeta, el que suele ser considerado menor frente a su producción periodística o de prosa, qué dislate eso. He tardado en dar con el libro en las baldas (Memoria y deseo, una espléndida antología poética). Dice así: "Porque - me dijo- jamás se ganó batalla alguna. Ni siquiera se dan batallas. El campo de batalla no hace sino revelar al hombre su propia estupidez y desesperación, y la victoria es una ilusión  de filósofo y de locos". Pertenece a "El ruido y la furia" precisamente, la historia decadente y pesimista (hay mucho pesimismo en Faulkner) de los Compson, su declive, la evidencia de que es el tiempo, tratado con maestría, mezclando (voy recordando según escribo) personajes que cuentan una parte de la trama o, en cierto modo, una visión de toda la trama. Faulkner sale en la película de Cuerda "Amanece que no es poco". También se le cita ahí, más hilarantemente. Se le adoraba en todo el pueblo, creo recordar. "Aquí somos muy de Faulkner". Estaría bien que un pueblo entero adorase a Faulkner o a Catulo o a Proust o a Neruda o a Kundera. 

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