A propósito de la brecha digital, traída con frecuencia por la irrupción de un nuevo modelo de enseñanza y de evaluación, consecuencia del estado de confinamiento actual, se añaden otras brechas, que no deben desatenderse, ni confinarlas tampoco, una vez que irrumpen. Una de ellas es la brecha topográfica. La padecen las familias que no disponen de jardín, terraza y vivienda amplia en la que podrían correr caballos, si se les permitiese. Hay abundancia de ejemplos. Casas enormes. Espacio afuera al que acudir. Aire que respirar.. Nada que deba preservarse en la intimidad: cada uno tiene lo que tiene, no se tiene que ocultar, como si fuese ilegítima su adquisición, faltaría más. No hay prontuarios a mano que relaten el encierro de una familia numerosa en la severidad de unos pocos metros cuadrados. No ya por los adultos, que tienen con qué remediar la opresión o deberían tenerlo, pudieron con antelación buscar las herrramientas, pero los niños exigen otra consideración, una más dolorosa. Son las más débiles, y estas circunstancias los debilitan aún más. Habría que inventar un protocolo de convivencia para esas familias.
Se habla hasta la saciedad del rigor de la pandemia o de las fracturas sociales o económicas que dejará cuando por fin se dé con la vacuna y los hospitales respiren un poco, aunque sigan en primera línea de batalla, se dice así: es una batalla, la guerra es un concepto más abstracto, del que tenemos una idea literaria o cinematográfica. Es una conversación que se extenderá, no tiene visos de que se la zanje, es un nuevo vicio, el de hablar sobre la acumulación de desastres o sobre las conspiraciones que los auspiciaron. La más fiable es la conspiración del azar. Ese es el que manipula todo a su antojadizo capricho. No tenemos herramientas con las que paliar el roto. Está ocupándose de que nada quede fuera de su alcance. Es una guerra invisible, lo han escrito muchas veces. De lo que no hay experiencia (la calle es el sistema respiratorio de la sociedad) es de meter en un reducto a seis miembros de una familia y pensar que no habrá ningún conflicto del que lamentarse más adelante. Que la estrechez no sea hostil en sí misma. Estremece ver gente que no puede recurrir a guarecerse porque no tiene techo propio. No se cobijan, no respetan las normas por una sencilla cuestión logística. Son los primeros derrotados, son la brecha más visible, la evidencia de que no era un buen mundo el que se tenía cuando el virus se expandió.
Por otra parte, la logística de esta clausura es generosa en lujos: tenemos fibra óptica, tenemos la despensa llena, tenemos Netflix. Es una guerra sencilla, si se piensa. Depende de cuál sea el perfil en el que se te encuadre. Se puede descuadrar la aparente comodidad de tu encierro si eres un sin techo o tienes alguien enfermo o fallecido o si los ingresos flojean o no existen. Todas esas anomalías. La fortuna te sonríe si eres el privilegiado, el que no tiene a nadie afectado, si únicamente sales a tirar la basura, comprar en el súper o ir a la farmacia a por mascarillas o a por tiritas. Solo hay que esperar a que se desactive el estado de alarma y la rutina regrese a las calles. Ahí se desprenderá la costra del agobio y la piel cobrará la respiración de antaño. Ahí estarás tú, entre perplejo y fascinado, abrumado por el destrozo visible, pero indemne al fin y al cabo. El dolor se puede compartir, pero no es algo tuyo de verdad, no has sufrido en carne propia el roto, esa otra brecha que es mucho más amplia y que afecta a casi todos los órdenes de la existencia. Luego están los muertos, los que caen solos, sin que nadie los arrulle en el adiós. Eso es durísimo, un tipo de dureza no conocida, por más que nos hayamos curtido en otros asuntos, los habituales, de los que estamos al tanto, pero quién podría considerarse instruido en esto. Se va alargando el diario de la peste, dijo ayer un amigo mío. Me comentó que se nos está aguzando la desconfianza. Seremos desconfiados cuando se levante la veda. Todo estará evaluado con un nuevo paradigma. También han hablado de eso los que saben. También los que no sabemos. De cualquier forma, cómo no hablar, a qué dejar pasar la oportunidad de expresarse. Las brechas son múltiples. La de la creatividad es otra que hay que tener en cuenta. Pobre el que no tenga con qué consolar su desquicio. Quien no tenga bálsamos que lo conforten. Mi amiga A. me acaba de decir que en casa hacen juegos de mesa. Tal vez algunas familias acaben más unidas de lo que estaban. Por la brecha topográfica. Por estar todos juntos. Por convivir como nunca lo habíamos hecho antes.
11.4.20
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