4.1.19

Art coffee


Ayer nos bebimos estos cuatro cafés en un local de Granada, se leía en la pared que el grano era de su finca. Nunca he probado un café más bonito, al menos. En lo otro, nos encantó la filigrana del adorno. Pensé en montones de motivos alternativos, pero los fui desechando conforme iba acudiendo. Hasta pensé en un café personalizado. Elija usté qué quiere que le dibujemos. Tenemos personal competente. La leche es un noble instrumento de trabajo. Como era un establecimiento pequeño, nos apretujamos en un rincón, a salvo de unas japonesas que no dejaron rincón por fotografiar. Una camiseta expuesta en la pared, ofrecida en venta, a la que yo quise hacer también una fotografía, decía en inglés que la vida es muy corta para perderla con malos cafés. Últimamente me he aficionado al té, pero hay algunas horas del día en las que no renuncio a meterme un buen café. Incluso uno no tan bueno. Las exigencias a veces no se esgrimen, no cuentan, se dan por secundarias. Contó el arte en la dispensa de la leche. Hoy en casa he apreciado más el oficio de la dependienta. También su amabilidad. Uno está bien en los bares, tiene un rodaje contrastable. Lo que diferencia unos de otros es a veces un rasgo mínimo, un detalle que pasa desapercibido a unos y satisface a otros. En uno de San Fernando tenían libros a disposición de los clientes. En cierta ocasión se me hizo ver que no se usaban mucho. Es la actitud lo que perdura. La disposición del volcado de la leche ayer en Granada o la poesía de José Hierro en San Fernando hace casi treinta años. El de ayer fue felizmente familiar además.

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