22.1.19
Dibucedario de Ramón Besonías 10 / Q de Quijote
Siempre me gustó la expresión "deshacer entuertos". La otra posiblidad expresiva, la de reparar un agravio, no me satisface tanto. Son vicios domésticos. El lenguaje tiene esas cosas: hay soluciones semánticas que procuran una felicidad inmediata y otras que la aplazan o, en algunos casos, la apartan sin ambages, por desafección fonética tal vez. Al dar con esas palabras, se produce una especie de epifanía interior en la que se siente uno en armonía con el diccionario entero, como si lo hubiese estado escribiendo a diario y todas sus entradas fuesen nuestras, las hubiésemos incorporado nosotros, recabado nosotros, licenciado nosotros. Hay libros que son un milagro semántico. Ninguno que rivalice con la novela de Cervantes. Dentro de las aventuras del Quijote está Dios, si es que está en algún sitio. Dicen los muy melómanos que la existencia de Dios puede deducirse de la existencia de Bach. Yo añado la de Cervantes, pero no la de un Cervantes entero y continuo, sino el Cervantes quijotesco, el impelido por el azar o por la mano reparadora de la inspiración a escribir las andanzas de un caballero singular, el del rocín flaco, el del galgo corredor y de la pareja cómica que lo sigue (o es al revés) por los campos de Castilla en el oficio de la caballería. No sabemos el alfabeto secreto de Dios, pero muchas de las palabras que tutele estarán en este libro. Dios habla en ocasiones por boca de sus alucinadas criaturas. Cómo no habrían de estar en continua zozobra, insensibles a lo real, prendados de la fantasía. El mundo se queda corto. El Quijote, en cambio, por más que se lea, es infinito.
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