3.1.19

Amigos, teatro y haikus de Haikulandia

A Juan Barceló
A Eduardo López
Manolo Lara Cantizani .


I/ Amigos
Hay cosas que uno se cuestiona sin entrar en detalle, un poco por inercia, como si no tuvieran más remedio que hacerse. Piensa uno en las ingestas navideñas o en planes que cumplir cuando finalicen los festejos o en todas las cosas que pensamos hacer en estos días sin labranza y que no hacemos. De todo lo aplazado lo que más duele es que no veamos a todo el mundo que uno querría ver; no porque falte la apetencia, que no es el caso, sino por el devenir de las circunstancias, que mandan lo suyo y no se pueden apartar, por más que se desee. Hay amigos que se frecuentan esporádica y muy forzadamente, haciendo filigranas para que los días cuadren y haya sitio para lo que de verdad apetece. Otros se abandonan, no se cuidan, no se piensa después en por qué se descuidaron o ellos nos descuidaron a nosotros, que es a veces el caso. El secreto de la amistad no está únicamente en el hábito, pero ningún hábito en absoluto, su ausencia completa, es malo, hiere, y el tiempo se encarga después de hacer su trabajo. Hoy pienso en los amigos a los que no veo. Qué lejos y qué cerca están.


II/ Teatro
No sé en muchas ocasiones cómo componérmelas, siempre cuesta empezar, colocar la primera frase, el modo en que unas palabras se hilan a otras, pero una vez que se franquea ese obstáculo, todo funciona con fluidez, el texto sale, avanza casi sin que se aprecie cansancio. Siempre tuve ese infatigable hábito, el de escribir. Me recuerdo escribiendo en la terraza de mi casa de cuando pequeño un relato llamado "La torre de los siete jorobados". No tengo ni idea de dónde anda, no andará por ningún sitio, ni de qué iba, no iría de nada en concreto, tendría yo ocho o diez años, pero me dio por contar una historia, a eso no escapa nadie . La culpa la debió tener el cine, porque no era yo entonces un buen lector, ni siquiera un lector. Salvo la novela, que está en proceso, morosa y gustosamente en proceso, muy avanzada según se mire, he escrito en todos los géneros. El que más me cuesta, al que le rindo un respeto mayor, es el del teatro. De hoy no pasa que empiece a escribir dos obras de teatro. Se representarán en dos escuelas. Una, la mía, con mis alumnos, para mayo; la otra, en la de un buen amigo, en Sevilla. No han podido ser la misma obra: sus alumnos son pequeños; los míos, ya no lo son tanto. La última que escribí (El secreto de la Atlántida / Una historia de viajeros en el tiempo) fue una experiencia maravillosa. No tanto el escribirla, que también, sino los ensayos en los recreos, los días previos a las primeras representaciones, la sensación de que había vida ahí adentro, la vida con su risa y con su llanto, con sus errores y sus hallazgos. No creo que haya mejor actividad escolar que el teatro. Saca de nosotros lo que no saca ninguna actividad en el aula, ninguna asignatura. Hay edades en las que subir a un escenario, dejar de ser uno mismo y ser otro curte, instruye, forma, educa, hace que el mundo sea otro mundo cuando se cierra el telón y se oye una ovación, da igual su tamaño.


III/ Haikus de Haikulandia
Tengo de vez en cuando haikus en la cabeza, la culpa la debe tener Manolo Lara , son extensión suya, parecen emanar de su infatigable cabeza y fluyeran ectoplasmáticamente, como si fuese una trama de una historia de Lovecraft, esa impresión se tiene a veces. Me salen mientras ando o preparo la lista de la compra o hago cola en la charcutería. Cuento las sílabas, las cuento otra vez, reparo en que faltan o en que sobran, pienso en la pertinencia de alguna palabra, el ingreso de otra que cuadre mejor y abro el móvil y, si todo cuadra, registro el verso en el editor del móvil, que es un cajón enorme en el que cabe toda la memoria de la que no dispongo. Escribo en el móvil. Escribir así, en lugares que no se prevén, en donde menos cabría pensar que concurra la inspiración, es algo que uno no administra, sucede sin más, no interviene ninguna voluntad. A este propósito creativo convienen de perlas los haikus: su brevedad es espléndida, se adapta a pensamientos altos y nobles y también permite la liviandad, el deseo mundano y de poca enjundia. Un amigo mío escribía sonetos. Los años le habían enseñando a montar sin error las sílabas y hacer que sonasen verdaderamente bien. Otro asunto era el contenido del poema: dominaba la métrica, pero no era un poeta. Hay maestros (imagino que los habrá) que priman el dominio de la asignatura al hecho de impartirla; hay soberbios músicos virtuosos a los que les falta alma, ese instrumento de la belleza o de la sensibilidad. De cualquier manera, la métrica nos ha poseído. El mérito entero es de una sola persona. Igual tenemos que agradecerle que no tirara al soneto, pero tampoco hubiese importado. Abducidos por el haiku, contando sílabas como locos, sumando, restando, cuidando de que lo contado no chirríe en demasía y algo hermoso quede después de las matemáticas de los versos. Por amistad, por respeto, por puro amor al arte.

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