14.5.09

The shark in the Met


I
Vivimos en un mundo imperfecto en donde un tiburón muerto conservado en formol, obra del hortera Hirst, vale seis millones de euros y lo visitan dos mil personas diarias. El mercado, que es en el fondo una bestía políglota, crea la necesidad del tiburón muerto conservado en formol, ridículamente reducido a distracción burguesa, crea la certidumbre transcultural de que in tiburón muerto conservado en formol responda a algún tipo de belleza a la que podamos fijar un texto y crear un patrón.
II
Vivimos en un mundo imperfecto en donde Cristiano Ronaldo, que es un excelente jugador de play station, ocupa cuatro minutos de televisión al día, y en donde Tomás Segovia, un excelente poeta de la luz, no pasa de ser un objeto de consumo mediático que úcanicamente ofrece un feedback sentimental (hermoso, luminoso, emocional) sólo al alcance de unos cuantos elegidos.
III
Vivimos en un mundo imperfecto en el que el líder (es un decir) de la Oposición (otro) dice que la bancada socialista no sabe leer en el incomparable (y ya digital) marco del Estado de la Nación. Tengo muy claro que la política puede ser un juego de iletrados: alfabetizar tampoco garantiza una gestión imparcial, limpia, productiva y moderna de lo público.
Rajoy, faltón a oído de zetapé, cree que la izquierda es todavía una camarilla de domingueros con ínfulas sindicales o viceversa, que confabulan entre cuñas de tortilla de patatas, libros de Sartre y Bakunin y botas de regio vino de la tierra sobre el fin de la opresión franquista y Zapatero, gurú de sus cosas, emperador de los parias del mundo, azote de accionistas de la Cope, cree que la derecha es todavía una mala zarabanda de caciques con virgencita en la billetera, gomina en el pelo y fe ciega en el poder de los líderes naturales que la naturaleza va entregando a su santo capricho y que Dios, allá en su sacrosanta morada, dispuso.
IV
Vivimos en un mundo imperfecto, uno que abraza, en ocasiones, la máxima romana del pan y del circo: anoche el pueblo llano, aunque nunca entendí muy bien eso de llano, descendió al centro mismo de la catarsis y vibró (esto de vibrar en casi todos los casos es ya un reclamo semántico quemado, un bucle léxico/tóxico) con once tíos pegándole patadas a un balón. Y juro que yo también disfruté, comido como estoy de heptamínicos y con un sueño atrasado de una semana, con el espectáculo. Pan, circo, Dios, mundo: el tiburón abasteciendo de milagros al pueblo llano.
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2 comentarios:

Alex dijo...

Los mandamases romanos sabía lo que hacía: dale al pueblo pan y circo y nunca serán un problema. Me contaba mi padre que todos los uno de mayo el régimen Franquista programaba una corrida de toros (a ser posible con El Cordobés, mesías del pobre) o un partido de fútbol (a ser posible con el R. Madrid, mesías del rico).

Agria reflexión, Emilio. El arte minimalista es sencillamente absurdo (así lo definió una amiga estudiante de bellas artes que conocí hace años). Un tipo acuchilla una oveja delante de cien personas que le aplauden y a eso lo consideran mejor que la contemplación de "El Jardín de las Delicias". Y Cristiano Ronaldo es un producto. Talentoso, sí, pero un producto. Y la derecha sencillamente no piensa porque la izquierda sólo saber pensar de un modo. ¿Izquierda?, por cierto. ¿Existe eso?

Emilio Calvo de Mora dijo...

Existe, imagino, pero la tienen a refugio, bien cuidado, reliquia de algo que ahora, a lo visto, a lo expuesto, carece casi por completo de interés para una sociedad abastecida, encantada de haberse conocido y egoísta hasta el desmayo... Está el dólar o el euro o el oro: love over gold, decía Mark Knopfler. La reflexión, oh my friend, no es agria: es prudente. Si fuésemos imprudentes tendríamos otro blog, tú y yo, y escribiriamos con más mala leche. Somos buenos. Muy buenos. Merecemos que nos paguen un billete para el Met y ver al tiburón hijoputa...

Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.