Me lo dijo anoche K. en el tercer gintonic: Leer es una actividad de riesgo. Algunos escritores son más declaradamente perniciosos que otros. A mí, en particular, Kafka me sigue produciendo jaqueca. Ningún escritor, salvo los muy sencillos y de recursos muy limitados, carece de efectos secundarios. He visto almas en desquicio tras consumir generosas raciones de literatura rusa del diecinueve. Ya sabes, Tolstoi, Dostoievski, Chéjov, todos esos. He visto cómo Baudelaire ha malogrado el candor y la inocencia de amigos educados en principios y valores nobles. No se puedeer Las flores del mal, digo leerlo de verdad, sin salir magullado por dentro. Y donde digo Baudelaire pongo Miller o Pessoa o Canetti o incluso Gil de Biedma, del que el otro día escribías algo en tu página, Emilio. El escritor, incluso el más ortodoxo, el que más y mejor se arrima al patrón clásico, es un activista, una especie de propagandista al servicio de su insufrible y quién sabe si reprobable ego. El escritor extremo es un conjurado, un terrorista invisible, la clase de terrorista melancólico que hace detonar su material a distancia, bien refugiado, bien lejos, y crea en quienes lo leen la zozobra moral, el desamparo vital que él mismo, descorazonado, posee. No conozco a nadie que escriba desde un estado absoluto de felicidad. Cuando uno es feliz, la escritura es un obstáculo, una rémora. Escribir, a la larga, siempre es una agresión al lector, salvo que consideremos la obra de esos escritores de verbo cándido que únicamente merodean las cuestiones y rozan la costra de la forma sin hocicar como deben en el interior enfebrecido. Porque la realidad, amigo mío, está enquistada y la literatura es el único modo de preservar el juicio. Tal vez escribir sea la única actividad verdaderamente ética en estos tiempos. Y leer, ya te digo, una actividad de riesgo. Claro que ahora vamos a servirnos el cuarto gintonic y a lo mejor me desdigo y dedico la lucidez de la noche a contarte cómo me sentí cuando Iniesta, en el minuto 93 clavó la pelota lejos del alcance de ese portero de la segunda guerra mundial, Cech, ¿no se llama así?. En algún libro alguien lo habrá explicado esto mejor que yo.
7.5.09
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5 comentarios:
¿Y qué dan Bucay y compañía, todos esos paladínes de la compasión? Sea buenecito.
No leer es una actividad de riesto porque te obliga a conformarte con la realidad, lo escribió Houllebecq.
Cuatro gintonics, pero bien cargados, debieron hacer falta para el pegajoso defensa inglés dejase chutar a Iniesta completamente solo. Y entró. A veces la justicia emerge incluso cuando es injusto que lo haga.
A mí Kafka también me produce dolor de cabeza. Leerle de vez en cuando debería de ser obligatorio, seas o no feliz en ese instante. Por no olvidar lo aprendido a base de palos.
Bucay, no, Bucay, no, Bucay, no. Please.
Evidentemente. K. desbarra. Cuando se apipa, se pierde en dramatismos, Álex, pero le perdonamos por su condición natural e irrepetible. Cuatro gintonics cargados pueden solucionar el mundo o dejarlo ya completamente inservible. Lo de Iniesta, que me cae bien, es un delito de los ingleses. Sir Francis Drake levantara la cabeza. La retaguardia, perdida.
El escritor como activista ("incluso el más ortodoxo, el que más y mejor se arrima al patrón clásico") y el escritor extremo como terrorista invisible me parece un hallazgo. "Escribir a la larga siempre es una agresión al lector". Todo mejor que sentir que has estado perdiendo el tiempo.
La pena es que no siempre lo consiguen. Hace poco leí un texto de Oscar Sipán titulado "De poetas y balas", que he recordado al leer el suyo.
No lo tengo delante y, por tanto, no aseguro que sea literal, pero decía algo así como que haría falta fusilar a muchos poetas para encontrar una sola bala que no sea de fogueo. "La poesía es un arma cargada de mediocres".
Me impresionó.
Contar ya es agredir; invadir; asaltar; cometer algún tipo de delito semántico, al menos. Conozco la página que dices. Saludos, Olga, ya te tengo en favoritos para ver tu página.
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