Me alimentan los libros. Me curan. Me abastecen de júbilo. Me reconfortan. Me alejan del frío. Me procuran la certeza de que nunca voy a estar solo o de que nunca voy a sentir ese sentimiento del que algunas veces he oído hablar o he leído algo y que consiste en aburrirse. Creo que no me he aburrido en mi vida. He pasado la barrera muy psicológica (como casi todas) de los cuarenta y he conocido situaciones donde tal vez el aburrimiento haya encontrado alguna puerta secreta por la que colarse e inocularme su tanda vírica, su ejército de moléculas malvadas, pero he logrado salir victorioso. La culpa de ese pírrica, aunque en mi reconcentrada alma, dondequiera que ésta pueda encontrarse y tenga encomendada la empresa que le haya sido encomendada, victoria la tienen los libros. Y no sólo los libros. La tienen los discos y las películas. No acudo al recetario ecológico en el que el tozudo buscador de emociones sale al campo y pasea vías verdes y retoza el ojo encaramado a un risco desde donde el paisaje es una exuberancia incontestable de belleza pura y epifánica. Tampoco, en esta ocasión, plegado todo al propósito laudatorio de mis vicios, caigo en la cuenta de que uno tiene amigos y tiene familia y es capaz de cubrir casi cualquier inconveniente sentimental con lo que buenamente te dan y con el amor indiscutido que te ofrecen. De hecho tengo también, puestos a tener certezas, la que se basa en la disposición absoluta de esos bienes humanos (qué mal me expreso hoy) para elevar la cumbre de cualquier día. Los días, ya lo sabemos, son en ocasiones cumbres que hay que escalar. Duerme uno por la noche en esa trabajada cima y se levanta por algún inargumentable trabajo del azar o de las fuerzas telúricas que gobiernan los sueños abajo, en la limpia superficie desde la que volvemos a afrontar la subida. Prescindo de todo eso y me acurruco en la cultura, en la belleza que da el conocimiento, en la suprema verdad o la suprema diversión que se agazapa, como milagro privado y perfecto, en las páginas de un libro, en los fotogramas de una película o en los pasajes sonoros de una canción. Me pierdo entonces en la fabulosa compañía de quienes inventaron un mundo que completara el mío. De eso, al fin y al cabo, se trata y en ese cometido es en donde la literatura justifica enteramente su presencia. Y razono, y mira si hay asuntos de difícil razonamiento, con toda la potencia de mis sentidos, conmovido, asombrado, convencido de que la felicidad está siempre ahí, a mano, al alcance de quien se obstina en encontrarla, que puedo uno perderse en esos paraísos, alejarse de la realidad, reformar una existencia discreta y convertirla en algo épico, en algo susceptible de ensancharnos el pecho y oxigenarnos la mente y conducirnos por la aventura fascinante del conocimiento o de la belleza o de la extrema conjunción posible, ese matrimonio perfecto en el que se ensamblan todos los recursos del talento y crean una criatura exquisita, absolutamente extraordinaria. Esa cosa, tal vez, sea el Arte. Hagan paso a un libro, vayan al cine, desprecinten (es un decir) un buen disco. Hagan todo lo posible por dejarse llevar por lo que otros crearon para ocupar esos momentos en los que el tedio o el desencanto o la rutina gangrenan los sentidos. El colmo es que busquemos esas golosinas para la mente sin que ni el tedio ni el desencanto ni la jodida rutina hayan hecho blasfemo acto de presencia. Quizá ahí, en esa voluntad formidable, resida (es una opinión) la felicidad más egoísta de todas.
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6 comentarios:
No discrepo con usted. No me atrevo. Le alabo el gusto. Le aplaudo incluso. La vida está en muchos sitios incluso en los libros.
Su blog se ha convertido con el paso del tiempo en un reducto de exquisitez literaria. Da gusto leerle y compartir pasiones comunes.
No es cosa de atreverse o no sino de entender de qué hablamos y hablar de libros y de cultura es compartir códigos y levantar una vida alrededor de ellos, Pedro. La vida, no obstante, no está (evidentemente ) sólo en los libros.
Gracias, Refo. Algo similar he pensado yo siempre de tu EXCELENTE (devuelta de afectos blogueros) abismo. Las pasiones, si son comunes, valen más. Un abrazo.
Los libros curan, Emilio. Dices bien. Combaten el aburrimiento y curan destrozos no visibles.
Pienso igual que Refo y entro casi a diario a este rincón de la Red para leer textos buenos y aprender un poco a escribir. Además coincidimos en vicios, entrecomilladamente, claro. Vicios divinos, por supuesto. Da gusto leer, sí. Mucho gusto.
Curan, my friend, curan como pocas cosas en este trabajoso mundo. Y si no se padecen dolencias, harto difícil el asunto, pues también hacen lo suyo para que los males no nazcan.
Gracias, Carmen, muchas gracias. Que entres, que es lo que importa, al cabo. Saludos.
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