Mao Zedong no confiaba en los intelectuales. Para prevenir quebrantos en el futuro, disidencias y desajustes del estricto programa ideológico comunista que él diseñó, confinaba a sus hijos en campos de trabajo. Allí eran reeducados y devueltos, en la mayoría de los casos, ya que en otros no regresaban, años después, uniformados a conveniencia, "lejos del peligro intelectual" al que podían inducirles los revolucionarios padres. Esos años de abusos tienen, en grandes letras infames, la plaza de Tianamenn como icono de la barbarie.
La naturaleza de la política contiene siempre un germen de cambio. China labra ahora a golpe de visa y MTV su ingreso en el mercado internacional. Su candidatura está avalada por la mayor población del planeta, un estajanovista sistema de producción y un hambre de productos comerciales occidentales sin igual en el cada día más ufano y globalizado mundo. Ha habido tanta noticia de China afiliada a la vulenración de los elementales derechos humanos que toda novedad que fomente su respeto y arraigo suena a gloria. Más vale que el muchas veces llamado gigante dormido despierte al soniquete del pop de Michael Jackson o Britney Spears que al agitado por la letanía aburrida de las botas militares. Por eso todo el mundo mira a China. Hasta el Papa santo de Roma ha razonado la conveniencia de colocar un peón en el tablero de la temible República, no vaya a ser que el gigante bostece y el mundo sienta, como dice el chascarrillo, la sacudida. El Vaticano, como Estado, propicia así un movimiento de alcance mundial que puede beneficiar o perjudicar al resto de los contendientes en esta incierta partida. Así son las cosas. La fe y la administración del Estado van aquí de la mano, hermanadas bajo el interés común de la salvación de las almas y el bienestar de la carne.
A vueltas con Educación para la Ciudadanía y las reticencias de la Conferencia Episcopal, leo en prensa que el papa Benedicto XVI abraza sin ambages a la comunidad católica china y accede al nombramiento de Joseph Li Shan como nuevo obispo de la Iglesia Patriótica de Pekín. Los prelados adscritos al nuevo obispo han jurado la Constitución china. Las tambaleantes relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y el gobierno chino se ven parcialmente suavizadas tras esta concesión del Papa. Los diez millones de chinos que profesan el cristianismo ven así cumplidas sus sinceras aspiraciones y celebran la anuencia papal.
La pregunta:
¿No tendrá la Constitución china obstáculos más insalvables y de más dura digestión que el entramado teórico de la nueva asignatura regalada por nuestro progresista Zapatero?
Tenga el amable lector en cuenta que la Constitución de la República Popular China, que privilegia al Partido y escalafona, a un nivel inmediatamente inferior, al Gobierno y, bajo su tutela, el brazo armado y amenazante del numeroso Ejército, no crea la figura democrática de un Poder Judicial independiente. Tampoco hay una alternativa de partidos al Partido Comunista. Los existentes, que los hay, son meramente consultivos y jamás poseen cartas de actuación electoral o ejecutiva en materia política. La autoridad - digamos alguna autoridad - no permite la libertad de expresión de modo que toda opinión es tamizada o sencillamente censurada si no se aviene al discurso de la ortodoxia comunista. Esta censura llega a Internet, por supuesto. Los motores de búsqueda están rigurosamente vigilados de modo que los términos incrustados en sus algoritmos son casi siempre frívolos o baladíes, cuando no insulsos o irrelevantes. No hay política. No hay conato de disidencia. No hay libertad, eso que se busca tanto y que luego no sabemos en qué emplear.
La fascinación por el modo de vida occidental está modernizando el país. Proliferan ambientes y modas propias del capitalismo más agreste. Los Juegos Olímpicos de 2.008 marcan un hito en esta historia de apasionamiento por el mercantilismo puro y duro. En ellos - o a su cese - veremos si China, el imperio emergente, se abastece de una más eficaz aplicación de los avances democráticos en los países occidentales. Mientras, aquí, lejos de Pekín, nos batimos en duelo por una asignatura. Uno de los duelistas, no es nada nuevo, parece no escandalizarse por las atrocidades ajenas. Hasta jura la Constitución irregular que los acoge. Tal vez se precise un poso de cordura y sea bueno templar los ánimos, reconducir los discursos y aceptar que el relativismo, a pesar de la traca papal, no deja de ser un signo de los tiempos, una evidencia del peso del progreso. O es que a estas alturas de películas me he perdido y no llevo como debiera el argumento. Será eso. Mientras, sin excepción, Harry Potter arrasa en los cines.
4 comentarios:
Dan miedo o pueden dar miedo si deciden ingresar en el sistema capitalista occidental-moderno, pero mejor que les tengamos miedo teniéndolos a nuestra vera que no enfrentados, mirando con escepticismo, con envidia, no sé, con hostilidad.
Y Harry Potter con la varita igual lo soluciona todo. Demosle gracias,.
No sé si miedo, respeto, tal vez.
Que les gusten las hamburguesas, la mtv y los perfumes de marca evidencia que son como nosotros. Nada que temer entonces.
La iglesia abre mercados en el infierno, no se si me explico.
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