26.9.07

Apóstatas y funcionarios

(Forges)

Consiste la apostásía, muy cortamente escrito, en negar la fe católica y luego conducir esa negación al amparo administrativo de modo que la sacrosanta institución eclesiástica pierda al numerario recién cesado y, en su fuga, los ingresos derivados de su membresía. El Estado, con cifras en la mesa, ahora que los presupuestos están calientes, reconsidera entonces los beneplácitos y cuadra las cuentas. Ahí duele, imagino: en esa reducción en la plata y en la estadística. Tanto duele que los responsables de la Iglesia no dan las facilidades previsibles y se obcecan en no agilizar los trámites o en sencillamente negar al individuo que reclama su reclamación. La Agencia de Protección de Datos, sita en la zapatera León, ha opinado ya: al ciudadano le asiste el derecho a cancelar su vinculación a una institución y el Estado provee los instrumentos administrativos para ejercer ese sentimiento dimisionario.
Acuerdos firmados entre la Santa Sede y el Estado español en los años 70 son los argumentos esgrimidos por la Diócesis de Valencia para negar el 100% de las alegaciones recientes. La Agencia de Protección de Datos ya ha pedido a la Iglesia que haga anotaciones al margen del individuo solicitante en las que sea visible su actitud, no así las razones aducidas. La Agencia no se inmiscuye en el argumentario personal, pero tampoco ahí cede la Iglesia, que desoye el mandato gubernamental. Los registros de bautismo son datos exclusivos de cada ciudadano, arguyen, de forma que sin son borrados desaparece información fundamental sobre el censo. No es así. En todo caso, lo fue. Ahora el Registro Civil hace su exigente inventario con total independencia de la filiación religiosa de sus miembros: lo proclama la Constitución, que maneja el sentido común y cierta idea de progreso que no existía en el siglo XIX, pongo por caso, o en algunos tramos del XX. Entre enero de 2006 y junio de 2007, hay 132 reclamaciones. Su contribución a las arcas eclesiales debe ser exigua, pero de lo que aquí se trata es del simbolo. La Iglesia sabe de símbolos más que nadie: lleva dos siglos codificando y decodificando sus símbolos. Perdemos la fe y ganamos en banda ancha.
El apóstata, azote de ortodoxos, procede de la izquierda agreste, republicana o no, de las lecturas de Nietzsche o de un BUP contracultural, enredado en la madeja de las tertulias políticas en los bares de barrio y las pandillas resacosas de libertad y de misas mal digeridas. No todos los obispados, no obstante, optan por la hostilidad: la mayoría abre sus archivos y elimina al disidente sin mayor historia, aunque tal vez les empuje la mirada atenta de la Agencia y la certeza de que la Audiencia Nacional dictará sentencia, en último momento, caso de que no haya acuerdo entre las partes. Y ahí no hay desobediencia posible so pena de multa.


"Aunque no existe un perfil de apóstata, el responsable de Estadística y
Sociología del Arzobispado de Santiago, Juanjo Cebrián, sostiene que muchos de
los que conforman «este fenómeno minoritario y escasísimo» son
homosexuales."

20 minutos



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Con eso andamos ya mucho tiempo. Hay que olvidar estos asuntos. Mirar otros. Cansan, tocayo.

Emilio Calvo de Mora dijo...

El hábito no le resta vigencia. Hay que mirar otros, sí, tocayos, pero éstos también tocan la fibra sensible y la enredan y hasta la destrozan a veces.

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