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1El trabajo del crítico es sencillo en más de un sentido. Arriesgamos muy poco, y sin embargo usufructuamos de una posición situada por encima de quienes someten su trabajo y su persona a nuestro juicio. Prosperamos gracias a nuestras críticas negativas, que resultan divertidas cuando se las escribe y cuando se las lee.
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Pero la cruda verdad que los críticos debemos enfrentar es que, en términos generales, la producción de basura promedio es más valiosa que lo que nuestros artículos pretenden señalar. Sin embargo, a veces el crítico realmente arriesga algo, y eso sucede en nombre y en defensa de algo nuevo.
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Anoche experimenté algo nuevo, una comida extraordinaria hecha por alguien único e inesperado. Decir que ese plato y su cocinero pusieron a prueba mis preconceptos equivaldría a incurrir en una subestimación grosera, cuando lo cierto es que ambos lograron conmover lo más profundo de mi ser.
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Antes de este suceso, nunca escondí mi desdén por el lema del Chef Gusteau: “cualquiera puede cocinar”. Pero, me doy cuenta, recién ahora comprendo sus palabras. No cualquiera puede convertirse en un gran artista, pero un gran artista sí puede provenir de cualquier lugar.
Anton Ego, el crítico gastronómico
Por todo eso, aunque fuera sólo por ver este personaje, hay que ir al cine y disfrutar durante dos horas de un banquete animado excepcional, un artilugio descaradamente comercial, escrito y diseñado para engolosinar a la platea infantil y juvenil, pero cubierto de una pátina de honradez adulta incuestionable.
No basta que las técnicas de animación sean asombrosas. Tampoco que la acción copa buen parte del metraje. Hay ocasiones en las que este confiable y previsto arsenal de bondades cinematográficas no garantizan un film redondo (
Cars, pongo por caso, aunque mi amigo
Stipey se empecine en lo contrario ), pero Ratatouille es un fascinante ejercicio de cine de mucha altura que, sin llegar a ser la Obra Maestra que muchos críticos ( léase el introito de la reseña ) creen ver, se convierte en la mejor película del verano, época de flacos favores al entretenimiento inteligente y habitualmente nutrido de pastelazos sin defensa posible (
Next ) o clásicos ( por repetitivos ) artefactos de grandiosa aceptación y menor integridad estética (
Los 4 fantásticos, Harry Potter, La Jungla... )
Toda esa liviandad dulzona que se atribuye a priori a las películas orquestadas para el beneficio de la algarada infantil existe en
Ratatoille. Tiene el sobresaliente mérito de matrimoniar de forma armoniosa y casi imperceptible ( ése es otro punto a su favor ) el brochazo de cartoon universalmente aceptado y la línea subliminal de texto lúcido, bien construído y, sobre todo, didáctico.
Es la película que habría hecho
Frank Capra de haber disfrutado estos tiempos de técnica impecable. Y
James Stewart se habría emocionado en la butaca.
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( Ahora la canción de UB-40 cobra un significado nuevo... )