Nació a una edad muy temprana y, ya talludito, pidió ser incinerado y que le diesen el diez por ciento de sus cenizas a su representante y ser pasto de las llamas tras haber fallecido: no antes.
Partió de la nada para alcanzar las más altas cimas de la miseria. Es mentira, pero mandó escribir en su lápida que excusaran las damas que no se levantase. Decía que envejecer lo hace cualquier siempre que se viva el tiempo suficiente. O que sólo las pequeñas cosas de la vida procuraban la felicidad y citaba un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna. Tenía muchos principios, pero caso de que no gustaran, siempre podía echar mano de otros. Tenía la televisión como la verdadera forjadora de la cultura: cuando alguien encendía una en una habitación, él cogía un buen libro y se iba a otra. Fue el que forjó la tremebunda frase, machacada hasta el vómito, de que pararan el mundo para poder bajarse. Nunca iba al cine si en la película el pecho del héroe era mayor que el de la heroína. Felicitaba a sus amigos recordándoles que si continuaban cumpliendo años acabarían por morirse. No se preocupaba de la posteridad porque la posteridad nunca se había preocupado por él. Tampoco tenía al matrimonio como algo recomendable: era, a su juicio, una gran institución, por supuesto, "si te gusta vivir en una institución". Jamás aceptó pertenecer a un club donde admitiesen a gente como él. Nunca olvidaba una cara, pero podía hacer excepciones. Entendió, y contó, que la inteligencia militar es una contradicción semántica. Bebía para hacer interesantes a quienes lo hacían. Sostenía que el matrimonio es la principal causa de divorcio o que el verdadero amor acudía una vez en la vida y luego no era posible librarse de él. Se excusaba por llamar caballeros a quienes no conocía bien. Y hace 30 años que murió. Elvis nos dejó a la vez, pero no tenía ningún sentido del humor. Eso sí, mezcló a negros y a blancos, el rhythm and blues y el rock, el gospel y el country para que hoy podamos escuchar la radio y disponer de miles de discos fabulosos que nos hacen la vida más llevadera. Hoy Groucho se ha llevado la parte lustrosa del post. En el cuarenta aniversario del deceso, prometo invertir los términos y hacer una entrada campanuda que se llame Elvis & Groucho. Eso en el caso de que Google todavía tenga a bien hospedar Blogger, este programita tan iluminado que me permite recrearme en vicios a pie de tecla tan gustosamente. O, bien pensado, tal vez en diez años tenga un humor de perros y ni esté al tanto de estas efemérides tan frívolas que copan las columnas de los diarios de Agosto. Un mes canalla para el lucimiento intelectual.
1 comentario:
El héroe anfetamínico, Emilio, eso fue al final el rey del rock. Groucho queda en sus frases y en su andar de pato. Son dos personalidades tan distintas que no pueden ser metidas en el mismo post. Dale a cada uno el suyo.
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