19.7.07

Papeles que queman







La historia del Cine tiene un inventario a menudo invisible de nombres alojados en el olvido o rescatados para frivolizar sobre la duración de la fama y la fugacidad absoluta de su estela. María Schneider es la niña de pechos grandes y cintura estrecha, de pubis selvático y modales de pija consentida que se cruza con el viejo nihilista, muerto en vida, como un zombie comido por la culpa y por la miseria de haber vivido demasiado aprisa, personaje ya escrito en su totalidad con el contrapicado del inicio y la maldición a Dios. La mística del polvo anónimo, el dolor encerrado entre cuatro paredes donde se acuertela la carnalidad de dos seres en soledad que buscan, en el miedo, en la humillación, en el roto vértigo de su tristeza, una felicidad ilusoria, un mundo feliz en el que ir depositando las infamias y los secretos, la metafísica y el paganismo, todo cuanto es humano y cuanto no lo es a través de cuentos y de fábulas, de pequeñas historias y de grandes fracasos. Como la vida misma o tal vez la vida de verdad.












María Schneider desapareció después de esa revelación. Se quedó en la niña pija que Brando desvirga intelectualmente, en la hija incestuosa que el padre pervierte con la narración de la belleza impura del mundo y los cuentos fundacionales de su barbarie sin Dios. No tuvo ningún papel a la altura del personaje de El último tango en París ( 1972). Tal vez no lo buscó. Buñuel la quiso para ser Conchita en Ese oscuro objeto de deseo (1977), pero Ángela Molina se ganó el favor del aragonés. La treintena de films que hizo después abastecieron el saldo de videoclubs y la memoria de cinéfilos enciclopedistas que no consienten perder la pista de icono tan perdurable salvo, quizá, The passenger, dirigida por Antonioni y con Jack Nicholson como partenaire reconocible o Le Baiser con Helmut Berger y Sidney Rome, ahí es nada.







Leí que nunca estuvo del todo satisfecha con su concurso en la película de Bertolucci, que tenía veinte años y no pensó en la repercusión mediática, y morbosa, añado yo, de su papel, tan jubilosamente carnal y tan mistificado por la posterior divinización - excesiva, a mi entender - del film. En la zozobra insoportable de su fama se hizo adicta a la heroína y pasó por un hospital mental en Roma para desengacharse de sí misma y de la estela rutilante de polvo de estrella que fue dejando su meteórico asalto a la popularidad.








En alguna entrevista ha consentido que al menos conoció a Brando, que llevaba sandwiches y cerveza al set de rodaje de El último tango y la instruyó en los secretos de la condición humana, haciéndola bajar a la tristeza y a la compasión, a la durísima evidencia de que nacemos solos y que la muerte es el corolario previsto. En la tierna edad de ese descapullamiento, la actriz no encajó el peso formidable del libreto, su diamante canalla, su locura dialogada, razonada, convertida, en última insancia, en bautizo demoníaco porque eran tiempos de Nietzsche y de defunciones apocalípticas, de libros ardiendo y de barricadas en el fondo del alma para que nada traspase y todo pueda ser traducido a antojo, convertido en bandera de todas las manifestaciones. Eva Green, con toda edad, en otro discurso y sobre otro contexto político y sobre todo social, hizo Los soñadores a las órdenes de Bertolucci. Los paralelismos son evidentes, pero la última chica Bond no salió trastabillada de la empresa. Es más: ha sido el punto de partida para una carrera longeva.







Treinta y cinco años después del famoso tango, la actriz parece todavía deslumbrada por el icono involuntario al que confió su juventud y tal vez su carrera cinematográfica. Incapaz de superar ese techo dramático - que por otra parte no fue nada del otro mundo - se refugió en inventados amores lésbicos, en series B de ínfima catadura artística y en algún honroso concurso en films de mayor alcance ( Los actores de Bertrand Blier en 2000 y una aceptable Jane Eyre de Franco Zeffirelli a finales de los noventa ). La sodomización de la mantequilla ha marcado una vida. Zoe Valdés contaba no hace mucho que compartió con la Schneider el jurado de un festival de cine de mujeres en Cretéil, y que ambas lamentaron que en Cuba no se estrenara en su día el film maldito, la cinta de Bertolucci. Tampoco aquí. Quienes querían perderse en las cortinas sucias del apartamento parisino y ver a Paul buscar en el cuerpo de Jeanne una brizna última de inocencia y un lugar en el mundo en el que volver a ser alguien tuvieron que cruzar la frontera. Lo verde empieza en los Pirineos, decía el casposo arrebato patrio a caballo entre lo cutre y lo indecente.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Soberbio comentario. Da ganas de ver otra vez la película y verla de otra forma. ¿ has pensado en hacer comentarios sobre otros actores o actrices perdidos en la historia del cine ? Pienso en el propio Helmut Berger, por ejemplo, o en Malcolm McDowell, arrastrándose en Héroes después de haber hecho La naranja mecánica. De ahí sólo hacia abajo, sin mucho empeño en relanzar su carrera.

Anónimo dijo...

Definitivamente, la veo esta noche. Eso tiene usted a su cuenta.

Anónimo dijo...

Sí que es bueno el perfil dedicado a Maria, Emilio.

Tenía una cara redonda e inflada como una pelota de playa. Las tetas grandes y demasiado caidas para su edad, una figura algo rechoncha y una mata de vello púbico tan insondable como el selvatico hogar de los yanomamis, y me gustó. Creo que me enamoré de ella como lo hice (y sigo haciendo) de otras muchas mujeres proyectadas.

Vi la película en un cine de verano, con catorce o quince años, y con montones de críos revoloteando por todas partes. Una irónica situación para una película que tantos kilómetros obligó a hacerse a tantos hombres hambrientos de carne. Y lo cierto es que más que carne con mantequilla lo que encontraron fue un catálogo de tristezas terminales difícil de digerir. La primera vez que la vi, en el cine de verano sentado en sillas de madera plegable, ya me hizo lloriquear, básicamente porque no entendí el porqué de la actitud autodestructiva de Brando. La revisé en la filmoteca de Madrid, con 19 y rodeado de gafapastas e intelectualoides empeñados en encontrar lo que Bertolucci no trata de esconder. Finalmente lo volví a ver hará como tres o cuatro años y me pareció vieja, ajada. El tiempo la ha hecho mucho daño, Emilio. La tristeza sigue ahí, sin embargo. Y ahora la entiendo.

Preciosas letras, Emilio. Saludado seas.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Yo la vi en un cineclub de universidad por la mañana. Entraba en una sesión doble con otra cosa tirando a golfa, ése era el propósito, y con ínfulas intelectualoides, pero yo recuerdo gente en la puerta de la sala glosando las bondades carnales de la niña de cara rechoncha, como dices. A mí me dijo poco porque no estaba por la labor, creo recordar. Luego la he vuelto a ver un par de veces más y las dos he disfrutado. Acepto su dificultad en soportar el tránsito de los años. Lo que queda no son las escenas lúbricas o la figura recortada de ese icono erótico extraño que fue la Schneider: queda el rostro impenetrable ( también Brando, no ha sido a posta ) de un hombre perdido en un tiempo ajeno, más muerto que vivo y dolorosamente épico. Su épica subsiste como ceniza en la nieve si haces la foto pronto y guardas la instantánea en la memoria. Yo la guardo. No hace falta reverla en breve: está casi íntegra en mi cabeza. Mantequilla incluida, claro.
Un abrazo, amigo.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Gracias, hijo de tm, por dejar que le renueve pelis perdidas. Yo no estoy deseoso, de momento, pero quién sabe.

Anónimo dijo...

ah qué morbo, y qué fotos. Un acierto traer a la memoria estos momentos "mágicos" del cine. María Schneider no era mala actriz. Yo no la tengo como mala actriz, pero algo estropeó lo que podría haber sido una carrera espectacular. Y qué comienzos....

Anónimo dijo...

Me queda, por encima de todo lo escrito, la música perfecta, inmortal de Barbieri. Eso es la películas tantos años después de hecha. La música. La música. Ni la niña de tetas grandes ni la locura de Brando. Ni siquiera la famosa mantequilla. La música. ¿ No estás de acuerdo en que era preciosa ?

Anónimo dijo...

Sencillamente dicho LA MEJOR PELICULA SOBRE EL DESENCANTO que se ha hecho. Lloro por lo bajito cada vez que la veo. Me puede el dolor de Brando, como muy bien escribes en tu texto. Un dolor sólo al alcance de genios como él. María Schneider, puede ser cierto, quedará como la mujer chillona, con voz de niña y cuerpo de mujer-niña que se deja corromper ( sí, yo creo que es eso ) por el viejo derrotado y vuelto ya de todo.

Anónimo dijo...

La verdad es esta, que hay muchos nombres que luego se pierden en el olvido o en la memoria de "enciclopedistas", pues sí. Maria Schneider no es el peor caso. Está Mark Hamill, el Skywalker. Ese sí que la pifió después. Merecería tratamiento individualizado. Un saludo. Buen blog.

Anónimo dijo...

Estupendo Blog. Tanto el cine como todo lo demás. Y estupendo también el lavado de cara! Muy bien la nueva imagen. Por el ojo entra la letra, dicen...
Saludos, paisano.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Gracias, José.
El lavado de cara ha precisado ayuda externa porque una idea tiene uno, pero no tanta como para obrar prodigios. Abajo del blog está el autor del lavado.


Es verdad, Carlos. Mark Hamill merece entrada él solito. Cosa de ir trabajando

Luis, la música es excepcional. Tengo un recopilatorio de Gato Barbieri donde aparece la melodía más conocida del film. La entrada no iba por esos tiros, pero llevas toda la razón del mundo.

Sam Spade, tu comentario es vértigo puro. Brando hace su trabajo como solía. ¿ quién podria hacerlo ahora ?

De botones y brocas

  Me agrada hurgar en las palabras, darles vuelo, apretujarlas, descomponerlas, abrazarlas, intimar con ellas y luego intimar otra vez hasta...