26.7.07

Gritos y susurros: La gramática del dolor






No entendí Gritos y susurros cuando la vi por primera vez y tal vez ahora tampoco haya llegado, en profundidad, a comprender el discurso fílmico de Ingmar Bergman, su devastadora panorámica del dolor y de la muerte. Hay ocasiones en las que me parece el director más aburrido y cargante de la Historia del Cine y otras en las que es inevitable admirar su talento y concluir con la certeza de que es uno de los cineastas capitales del siglo XX: el que suscita adherencias encendidas y el que provoca bostezos mantenidos.

Me animé a ver películas de Bergman cuando leí que Woody Allen lo admiraba. Por él llegué a Kurosawa de igual forma. También así escuché a Bach con interés cuando supe que Keith Jarrett, el pianista que tuteló mi ingreso en los pirados por el jazz a mediados de los ochenta, lo tenía como su música favorito. Estas cosas suelen pasar: lee uno un cuento de Cortázar, se queda prendado y desea leerse las Obras Completas. Hasta se marca un plazo. Al principio, en honor a la santa verdad, no vi yo en la filmografía del director sueco nada que despertara mi asombro.

Gritos y susurros es la historia de una mujer a la que el cáncer de matriz devasta y el hermoso bodegón familiar que ameniza sus últimos días formado por dos hermanas y una sirvienta. En las manos equivocadas, barrunto que con este episodio de tintes absolutamente dramáticos podría haber facturado un film sensible, pero escorado involuntariamente al amarillismo, a cierto impudor en mostrar el dolor como si de un objeto cuasierótico se tratase. En este caso, Bergman hace un estudio sobrio del dolor, un documento visual que lacera la dormida visión modernizada del espectador, en exceso alimentado por soluciones narrativas de intensidad menor. La fe, la muerte y la incomunicación, los grandes temas del Bergman, aparecen aquí, pero no están escritos con la incontinencia metafísica de antaño. Lo que aquí se narra es el devenir de la enfermedad, la opresión del palacio familiar, el rojo como pulsión del alma. Bergman va de la realidad a la fantasía, del presente imperturbable al pasado como hélice que todavía acciona los mecanismos de la frustación y de los conflictos visibles. Las mujeres que escoltan a Agnes hacia la muerte están también muertas, vaciadas, despojadas de todo hálito vital e internadas en un gris tenebrismo, capaz de hacer aflorar odios secretos, iniquidades, los fundamentos del miedo a afrontar la visión y la existencia del otro, aunque sea la hermana, la que ha crecido en su interior y ha consignado todas las vicisitudes de la vida en una misma página de un diario.

Bergman filma con descaro los rostros de sus heroínas muertas, de las mujeres abocadas al silencio y al rutilante esplendor de una vida burguesa que no procura ninguna felicidad espiritual. Gritos y susurros es un descarnado viaje al centro mismo del desencanto: no hay amor, no hay humanidad en esos personajes espectrales, que rezuman miseria y exhiben comportamientos propios de quienes han perdido todo y saben que nunca van a recuperar cuanto anhelan.

La revisión de la cinta me ha dolido como antes no lo hizo: tal vez consista en eso el mensaje subliminal o descaradamente explícito, no lo sé, de Bergman: el ofrecimiento de un prolijo inventario de emociones únicamente traducibles si la edad o la experiencia del espectador posee los instrumentos de lectura adecuados. Imagino que si le doy una tercera revisión en treinta años encontraré significados nuevos: el buen cine es esto, la posibilidad fastuosa de que cada película sea distinta cada vez que nos enfrentamos a ella. El buen cine o la buena literatura o la buena música, el Arte, en definitiva.

Fotografía justamente merecedora del óscar en la ceremonia de 1.972: Sven Nykvist, habitual de Bergman, apabulló al jurado con su genialidad a la hora de crear atmósfera opresivas.






2 comentarios:

Anónimo dijo...

Al contrario que tú, Emilio, yo conecté con Bergman pronto, a los 15/16 años. Un extenso ciclo programado por la 2 en su honor sirvió para que le conociese en profundidad.

El silencio de "Gritos y Susurros" produce sensaciones cercanas a las del ahorcado, no ya en el momento de balancearse sino a los previos en los que obserla la horca a lo lejos. La angustia que produce lo que se sabe inevitable. Duele y mucho, la película. Bergman sabe filmar el silencio, una virtud poco común. De hecho, diría que Bergman ni siquiera pretende ser comprendido sino sentido. Tal vez por ello, por su evidente pretensión que pretende traspasar la barrera impuesta por la pantalla, resulte molesto a tanta gente.

Saludos, Emilio.

cellofan & co. dijo...

Hace poco pude ver esta obra de la que hablan y como siempre con el cine de Bergman quedé absolutamente maravillado, a pesar del dolor y la inquietud que el filme me provocó (de lo cual queda todavía el sabor dulce amargo de la escena final con la Mazurka de Chopin y las palabras del diaro de Agnes). El escribir este comentario es producto del anterior, puesto que no había entendido lo que me ocurría en el sentir a propósito de esta obra. Pero al leerlo se me aclararon muchas cosas, gracias. Y gracias de nuevo Bergman por tu legado de maravilloso arte.

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