15.12.23

Una lectura de Pájaro en la luz, de César Rodríguez de Sepúlveda / Contra las maquinaciones de lo oscuro



Citas

A menudo las citas compendian un sustrato, una taxonomía de lo invisible que, a poco que se escudriña, revela un anhelo puro de luz. Las de este libro de poemas concitan la comparecencia de esa luz juntamente con el paisaje en que esa luz se expande. Lo que hace César Rodríguez de Sepúlveda es imponerle una cartografía, una topología, un imponer a la realidad los vivos primores de lo que es, en esencia, lo puro místico, lo "visible en lo invisible" (Lezama Lima) o "lo que apuntala un cielo en ruinas" (Gilbert Owen) o la asunción de que el pájaro, aunque volara, regresará desde su distante árbol con una brillante melodía para que el poeta la sepa suya. Todo el libro procede de ese fulgor sin registrar, de ese deslumbramiento ante la convocatoria de la belleza. Más que el pájaro ungido de luz es el vuelo con el que desdice la inminencia de la muerte.

PÁJARO EN LA LUZ

Hermosa catástrofe: Del amor no se sabrá nada, ninguno registro suyo renunciará al olvido. Será un temblor con un secreto dentro. "Nada que comprender. Vivir, vivir tan sólo". Lo demás, un flotar en el aire ebrio, un decir el nombre del amor sin saber qué nombre tenga. 

NOCIONES DE VUELO

Mester de vidriería: Al arduo milagro (no es mío ni el adjetivo ni a lo que se amarra) de componer la belleza lo arruina la sombra, su advenimiento moroso en ocasiones. Hasta el boceto novicio que principia la construcción de las solemnes formas de las catedrales se desvanece en su precursora voluntad de fe en el futuro. Aunque las piezas severamente emplomadas o la reciedumbre de las piedras soporten el tántalo de la lluvia y de los siglos, todo es finalmente hueca vanidad del hombre. La luz, si no comparece, si son las sombras las que reinan en "las armaduras de metal", en "las esbeltas ojivas" o en "la flor caleidoscópica del rosetón", todo es orfandad, un fulgor baldío. Un pájaro es la medida exacta de la ambición de Dios. 

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Nostalgia de la nieve: "El misterio de la luz / se da entero / en la hoja inmaculada. / El infinito está ahí: precisamente en su ausencia,/ en su poder serlo todo / sin ser nada". La de la poesía es una vocación evanescente: se da y, al tiempo, en su rendición, cumple con obediencia ciega otra vocación mayor: la de encomendarse a la discreta y vaga y también ineficiente labor de las palabras. La luz se declara entonces única cuenta del collar de la belleza. Al leopardo no le hería la nieve sino esa luz. El animal ha cruzado la intendencia de los versos. El vuelo ya no fue oscuro nunca más. Ahora una urgencia de claridad le conviene. 

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Dédalo e Ícaro: "Contra el viento y el sol y la desgracia" el padre no podrá hacer nada para que el hijo, ala precoz en loco vuelo, desatienda el imán de la tierra, para que el arnés que primorosamente le ciñó al cuerpo adquiera la codicia del aire y se prodigue sin miedo en la hondura de sus ojos. 

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Sacrificio: El fuego es una de las palabras de la divinidad: la pronuncia para que no se extingan sus sílabas en el frío de la tierra. Hay que obsequiarse de esa rara luz con la que el amor cierra los ojos al amor y se entrega al rito del sacrificio. "Algo más lejos, angustiado, bala / un carnero, atrapado entre las zarzas". Un cuchillo en la mano de un hombre es la medida exacta de la elocuencia de Dios.  

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Dánae: Las estrellas acuden a enjambrar en sus muslos, escribe con sublime oro también el poeta. No hay con qué desvelar el misterio de la nieve de oro ocupando el aire para que la inocencia de Dánae alumbre el hijo de un dios. Tiene "la firmeza en el gesto, / sin delicia ni llanto". Como una virgen súbitamente convencida de la naturaleza divina de su ajeno cuerpo. 

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Ni decoroso ni dulce: La historia del traidor y la del héroe son a veces indistinguibles. Corinto o Bizancio o Chipre serán tu casa, pero debes embriagarte de miedo y no escuchar los cantos de los poetas en los que se ensalza el honor en el campo de la batalla. Tu nombre ocupará los poemas de la infamia o, más favorablemente, tu nombre será borrado, no tendrás la gloria que tuviste tan a mano. "Deambularás quizá por tristes callejuelas / de ciudades lejanas, / en busca de alimento". No te engendró un "feroz guerrero", ni "te enseñó tu madre el desprecio a la muerte". Eres la orfandad del mundo, eres el último entre los últimos, un ser despreciable, un hombre tan sólo, pero festejarás el "negro vino" y "aspirarás la brisa / del mar entre los pinos cuando llegue la noche". Y sí, oh tú, descarriado, ciego, perdido, "aún estarás vivo cuando ellos hayan muerto".

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Elogio y elegía del vencejo: El pájaro no sabe de la acrobacia de su fuga, no tiene la noticia del milagro de su caligrafía en el aire, no conoce la palabra fracaso, no sabe del vértigo, no tiene nostalgia del aire, no cree que su sombra la piedra la contiene, ignora la bondad de las nubes, no se reconoce jinete que cubre el vientre del viento. no se esmera en arquear su cuerpecito volandero al impregnarse de bosque. "En la ebriedad del vuelo", el pájaro se pronuncia ala pura. El palacio en el aire le agasaja con sus salones suntuosos de cortinas historiadas. La tierra de abajo es la vejez y es la muerte. 

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El mágico prodigioso: Un poeta es un hombre al que de pronto se le ha ocurrido que debe tallar el aire. El "orfebre / en su taller bañado por la luz,/ empeñado en reunir sobre la mesa / las palabras precisas / y disponer sus bodas desiguales". Sus manos precursoras, como las del ciego, extraen de la blancura de la página el mineral primero del mundo, el misterio más antiguo, el prodigio de lo inefable y, sin embargo, manuscrito. 

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Salgari: Vórtices. Sobre todo vórtices. También corsarios, mares en los que la vida era la vida de verdad. La verdad podía ser otra, pero el infatigable hacedor de aventuras "no quiso, / no pudo / hacer / otra cosa que seguir escribiendo". 

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Las enseñanzas de Tintín: Contra las virtudes de la ficción está la grisura de la verdad. En aquellos mapas desplegados en las viñetas, en esos tesoros a los que ni la más fértil imaginación puede concederles una imagen que los represente, estaba el niño cuando todavía no era poeta o estaba el poeta ya incipiente, imprevisible todavía, comido por una fiebre dulcísima tras la que la vida, ladina ella, maquinadora, había escondido el plano del único paraíso posible. 

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Fuera de juego: Vivir tal vez consista en ir aplazando algunas verdades. Luego acuden en tromba. Se sabe de ellas lo que nunca imaginábamos. Íbamos a ciegas, jugábamos sin idea de las reglas ni de los motivos. Un deporte insólito, cuenta el poeta. Hasta le da nombre. Es el de la codicia feroz, la contienda que no sacia, ese afán por tener, ese avaro deseo de no sentir. 

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Bartleby: Qué de cosas habremos hecho sin ánimo alguno, impelidos por alguna fuerza cósmica o bursátil o espiritual o mágica o triste o únicamente ajena, como de otro, como si no fuese con nosotros y, sin embargo, era nuestra, dijeron que era la que nos había tocado, pero no "la tibia música de los astros / el verdor de la hierba el cielo azul / ni el calor de estar vivo". No el mar, ni el mar siquiera. "Qué pereza".

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Érase (sólo) una vez: Este debe ser el poema más hermoso del mundo. Habla de que te tomes tu tiempo, de la desobediencia, de los ojos que no ciegan ni el deber ni el miedo, de la sombra próspera en el camino cuando "el verde silencio de la tarde", de contemplar la prolija verdad de todo en lo que has reparado nunca, de la alegría hecha "misteriosa danza", de viajar sin que te agobie el reloj, de no preocuparte de que la abuela al final esté mirando al lobo cara a cara y no te tenga para que el cuento exista. 

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Calipso: Al final se acaba muriendo uno sin haber sido un rey ni un náufrago. Del amor habremos tenido su boca en la nuestra. De la tierra, su glauco clamor antiguo. Hasta habremos tenido una casa lejos de las leyes de los hombres. Como los paraísos de las historias de los antiguos dioses. Como si fuésemos uno de esos héroes que lo tuvieron todo (la vehemencia de la carne, su lujuria sin término) y a todo renunciaron "por un sueño tan leve", el de zarpar en pos de la gloria y de la muerte. Y ella dijo, al despedirlo: "No hemos de demorar el festín de las moscas".

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Identidades: Ah, qué malandanza la del cuerpo, qué desatino el suyo por no permanecer lozano y quebrarse. No saber a qué atenerse cuando lo examinamos con atención. Su mudanza casquivana nos desalienta. ¿Habrá algo con lo que conciliar su descenso con nuestro izado? Mi abuela hacía frases memorables, como de filosofía o de manual de autoayuda, con cualquier contrariedad que le ocurriera. También la del cuerpo, tan achacoso siempre lo tuvo. Ocúpate en andar y deja que el mundo gire. "Cuando hay que navegar, / dice (Ulises) sonriendo/ sobra la metafísica".

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Instantáneas: Decir es un palimpsesto. Las palabras son de otros. Lo que decimos se dijo antes. Qué palabra, se pregunta el poeta, dirá de mí lo que soy. 

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El poema: El poema "no se deja escribir, / aborrece lo nítido, / odia la transparencia". El poeta, ¿ qué será el poeta? Habría que no pensar en ninguno cuando se lee un poema. Como si el objeto llamado poema (esa cabal restitución de algo que no es posible hacer cabal) se desvaneciera cuando se le aborda. Como si empezar a leerlo, lo deshiciera, lo hiciera añicos, lo comprometiera y (finalmente) resolviera no comparecer, no ser, ni siquiera estar. 

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Destino: La luz no será la misma en Italia. Ni la piedra tosca preservará del aire y de la luz el cuerpo que se le confió. El ejercicio consiste en hacer que emerja lo que está oculto. Como un hijo que brote cuando nadie aseguraría que la piedra era fértil. 

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Altos cúmulos: El adjetivo es un cuerpo que requiere las atenciones más lúbricas. También se deja agasajar por lo luctuoso. Son los invitados a los que se les conmina a que no se excedan y convengan una salida pronta. Si se manejan con exceso, deshacen la contundencia de lo que se dice, lo engalanan con la inútil pompa de lo imprudente, pero "ahí reside el goce", en esa alocada (pecaminosa) algarada de brillos y de entusiasmo. Son "como peces venidos del abismo". Tan anhelada hondura, sin embargo. Tan de tentar lo que ciega (son palabras del poeta) o lo que aturde.

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Stray cats: Claro que todos los gatos serán príncipes. No hace falta que se nos diga. Ninguna de las manifestaciones que lo corroboren borrarán la impresión antigua, la de saber que deambulan con su dignidad izada como un lábaro, con toda su heráldica de animal mitológico. Quien los mira, los admira (perdón por la rima fácil) y comprende, ay, que no debe entretenerse más de la cuenta. Él no es un príncipe. Tiene obligaciones, tiene un horario.

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Un poema, un caballo...: Dentro del poema está el ejercito aqueo. El lector lo sabe. 

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Historias de Filadelfia: No tener propiedad de lo que fuimos. Tan sólo ver llover, contemplar el mundo sin delatarnos ni esperar que nadie recabe mayor evidencia nuestra que una cortina descorrida muy despacio y la congoja en el corazón tan lastimado. 

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Impureza: Ningún poema perdura en la memoria. Los hay "que fluyen / con la gracia de un cisne, navegando". Otros, malhadados, se obstinan en adquirir cierta prestancia, elevar el torso, sobrevivir al empuje del agua, pero no lo vencen, sucumben al Maelstrom, que es el olvido. A su pesar, los dos, no obstante, eluden la eternidad, a pesar de que propicien que se reciten o se canten. Ninguno tiene la pureza de lo elevado, aunque sean los dioses quienes los susurran al hombre. Se consuelan con "llegar a tierra firme". El verdadero poema sólo lo pronuncia Dios. 

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Tempus dormit: Ah, el Tiempo, con qué conmovedora retórica nos convence de que no existe. Es un corazón ensimismado, un bailarín tarado al que no se ha dicho que cesó la música. Hay fe en la danza. Si la fe desaparece, la sangre se detiene, la tierra desdice su giro y "cae como plomo a un pozo". 

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Magdalena a los pies de Cristo: No me toques, me dijiste. Tenías que irte, lo sabía. Yo era pregunta, era anhelo, dirán los poetas. Los pintores me arrodillarán, harán que arda en lágrimas mi rostro. Yo sin tu mano rozando la mía para siempre, sin que nada sacie ya nunca mi sed de ti, este "amor sencillo / que aguarda la limosna de tu abrazo".

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El juego infinito (suite): El grave rincón, las lentas piezas, el tablero con su severo ámbito en que se odian dos colores. Me sé el poema de memoria. Lo he recitado tantas veces que temo haberlo lastimado. Ahora dudo que pueda comprenderlo. Ya es una música. En adelante, tendré que cuidarme de no confundir el juego infinito con el otro, el de las palabras que cifran un rito. La sentencia será de Omar y no será suya. El teatro será el mismo, pero los actores serán otros. Al final, la reina, encarnizada, "adúltera, homicida", hará que se repita la trama y la partida nunca se dé por perdida. 

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LECTURA DE LAS SOMBRAS

Una lápida en Spoon River: Hay que morirse para tener una voz que se escuche. "Locuaces son los muertos / a poco que uno aguce / el oído ( y yo siempre fui curioso)". La historia es muy triste, pero alguien tiene que contarla. Ellos se explican con entusiasmo. Tienen todo el tiempo del mundo. Yo me iré desvaneciendo, les he dicho. Al ir sabiendo de la verdad de sus mentiras, aprendí de la mía. Ahora soy un poeta laureado, pero "nadie, ay de mí, se acerca a visitarme".

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En cierto modo: La literatura, que es una extensión caligráfica del alma, es también un vampiro, que es un novio triste al que nadie ha enseñado a amar.

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Bronce: Si las miras te conviertes en piedra. Debes inclinarte, sumiso. Es la cautela, más que la humildad, refiere el poeta. La lid, injusta, a decir de la decapitada, no ha acabado todavía. La cabeza pende de la mano del héroe de bronce. "Al fin, venció Medusa".

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Venus de Milo: Complacidos en tu serena belleza, qué podría importarnos no ver tus brazos, si finalmente todos seremos insoportablemente un cuerpo al que la muerte dará dentelladas fieras y el tiempo, el arcano, el artero, el ruin, no tendrá ni la ocurrencia de hacernos dormir "en una oscura gruta, / mientras fuera nacían, batallaban, morían / efímeros imperios".

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Entremos más adentro en la espesura: "Ya oscurece y comprendes que no existe salida". Sabes del peligro de la fronda antes de que sus sombras te ciernan. Se te ha avisado, has cumplido tu parte en la trama. La luz es una eclosión de impedimentos. De tan claro, el paisaje no se ve. De pronto comprendes que has estado toda la vida bajo la sombra del mismo árbol. Uno saber qué te cubre por entero. Es la voz de todas las voces, es la feraz bóveda de verde infatigable. Es la palabra cosida a otra palabra, la hoja que reclama la cercanía de otra, todas esas raíces que allá abajo conversan sobre la intimidad extraña de la luz de arriba. 

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Madre nuestra: De tus virtudes harán los demás bufa plática, dirán de ti lo infame. Los maledicentes envidiarán la propiedad de tu verbo artero. Se cuidarán de contrariarte, te invitarán a que no los hagas participar en tus chanzas crueles, las de la miseria, las de el oro juntamente con la sangre, recita el poeta. "Gloria a ti, Celestina, madre nuestra". Tuyo es el entero reino de la verdad humana. 

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Leyendo a sir Philip Sidney: A leer se le da a veces la consideración más alta, pero incurre en desatinos quien sólo lee para conocer el mundo al que fue arrojado o el corazón con el que se le bendijo el pecho. Yo he leído viejas páginas de viejos bardos, viejas conjeturas, viejos tropos de las viejas lenguas. Yo he conocido el temblor de la carne de un hombre que murió hace quinientos años. Me habla, cercano. No sé si él es el fantasma o soy yo. 

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Cueva de las manos: El único cometido que se nos encomienda es dejar registro de haber sido. Al partir, cuando la luz otorga a la sombra su fragor, en el momento de la entusiasta huella que nos trascienda, sobre el misterio mismo, a pesar de "sabernos destinados al naufragio", ocupamos la nada con lo imperturbable, con la conjetura de que algún día, quien aprecie lo que hayamos abandonado, también se sepa fugaz y se apremie a hacer constar la travesía, se declare digno de perpetuar mi ausencia. 

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Syle stenophyla: No somos nada, ni siquiera la testamentaria y volandera ceniza que un mal viento hace danzar somos. El cómputo del tiempo es liviandad y humo. Pero ah tú, sílaba vegetal de Dios, inmarcesible en tu don de lo hondo. "Qué milagro, qué luz inesperada, / en Kolimá, la tierra de la muerte". 

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Románico: No la herrumbre ni la soberanía del tiempo con su lujuria gris, sino la piedra a la que custodian los heraldos de la paciencia (el ángel, el toro, el águila, el león). Está invitado el pecado, le hemos permitido que se anime y jalee nuestras mortales cuitas. Dejaremos en la sombra una señal de su presencia. Habrá una cara rota, una lengua sucia de siglos, un gesto entre la soberbia y la templanza. 

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Autumnal: La arrogancia de la luz devino la sombra. Al caer la noche tan sólo prospera el acabado lamento de los árboles cuando, temblando, entre la alta bóveda de los azules y la ocre alfombra de la tierra, traducen la ofrenda del viento, susurran el dolor del aire. 

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Canción del enemigo enamorado: Era al final "el fuego todo", derramándose, altivo. Ya la claridad con su música, la más triste. Ya con rúbrica de ceniza el espejo postrero, la exposición de la vehemencia de su encargo. Porque el volar festeja el don de lo efímero, su cabalgadura de nube, su sangre conversando con el tiempo, la vida desdiciéndose mientras nos turba, pero ella es más de nosotros que de nadie. No es nada sin que la aventemos, sin que la toquemos con los dedos sucios de odio, con la boca rota de fe.

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Eärendel: Lo inefable tangible, quise creer. Porque es la fe la que nos hace avanzar "por lóbregos túneles, / a través de la nada". Esa es la sustancia del corazón, el recado primero del alma, el de arder como esas estrellas lejanas que ocupan un punto en ningún lugar, en todos los lugares. Es cierto: nos llaman. Pronuncian nuestro nombre. "A pesar del abismo incomprensible / vino Eärendel hasta nosotros". Alto goce, embeleso absoluto.

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Andelkrag: No será posible la esperanza o será un sueño, dijeron cuando la muerte ocupó entera la llanura. Es imposible que el hombre aparte de sus ojos la niebla de la sangre. El asedio no entregará un vencedor a la consideración de ningún dios. Ni siquiera el romanticismo, esa épica de lo noble y de lo digno, sobrevivirá al olvido.

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Centauros del desierto: "Un destino peor para Odiseo / que no llegará a Ítaca: / hallar su isla ocupada por los bárbaros". El héroe vuelve con el abatimiento y con la nostalgia. Es otro el lugar, él es otro. Ni las palabras que los otros dicen las comprende. Reconocerá que no es ése su hogar, admitirá el fracaso, se dirá a sí mismo, sin lágrimas que turben sus limpios ojos, que ya es uno más entre los que no volvieron, que el mundo seguirá girando, que no tiene patria. 

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Kafiristán: El hombre que pudo reinar, el dios que se avino a ser hombre, pero no pudo"ceñir de oro / inmortal" su cabeza. La ambrosía, recita el poeta, "de pronto, tan amarga". "Soy mortal, soy vulnerable". He encontrado quién me sacrifique, dirá cuando todo esté roto, cuando la sangre, de tan roja, en azul torne. 

Fiesta nupcial: Era el jardín un festejo de la luz. Abril ya nunca más cruel, ni el cielo se quebraría en su alta residencia. De pronto unos caracoles se buscan, se cortejan. "Amor hermafrodita", lujuria blanda como un adjetivo en la niebla. Cupido los reclama, les instruye en las lides venusinas, los declara amantes. Una vez han culminado el abrazo de la vida, cuando padre y madre son indistinguibles y gozan de su carnalidad bipolar, vuelven "a sus soledades" satisfechos. Son los últimos y también los primeros. Ahora pueden soñar el mundo y creerse dioses. 

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L'incoronazione di Poppea: Lúbrica, una trompetería de labios, un fuego florecido en la pureza de la carne. Embriagados, en el embeleso, "como sapos soberbios", como cónsules sublimes, como tribunos excelsos. Triunfará el amor, evitará que ella el candor y la risa. "Hoy se derramarán sin aguardar al tálamo" esos amantes adúlteros, virtuosos, enigma para los reinos del azar, para la proclamación de la belleza. 

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Pasa Pessoa: Tan sólo máscaras. Heterónimos, él quiso. El café Martinho, el teatro de la vida. Siendo traductor, puede sentirse otro, puede ser todos, puede no ser nadie. "Tantas gentes soñadas, criaturas / de papel y tinta". El fingidor, el "negro fantasma que se escapa". 

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Camuflaje: Lo fabuloso de hacer poemas es que todos les concierne. "Extraño molusco, el letraherido". Quién pudiera irse "dejando tras de sí la negra nube", el chorro de tinta. Escribir y luego irse. Dejar lo escrito a consideración de los demás. Y no estar. Y no dejar otra huella que el cuerpo hecho literatura. 

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Un lápiz: ¿Quién escribirá cuando yo escribo? ¿Quién moverá mi mano cuando la veo moverse? Como el lápiz que se blande (el verbo es del poeta) también el alma. Los dos menguando, los dos sin saber si el final será feliz. O sí lo saben, claro que lo saben. 

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No vendrá hoy la poesía: No vendrá, no se tendrá de ella noticia alguna. Los que la convocaron dirán lo que se les ocurra. Todo lo convenido, los fastos de antaño, los de los versos de ahora. Ha muerto, lo hizo hace tiempo, dirá alguien con la voz impostada, como de bate de viejo juego floral. Los más atrevidos la encontrarán, la expondrán, dirá que fueron ellos los que la extrajeron del hondo pozo al que la arrojaron. No es poesía, no lo es, no se nos convenza, vocinglarán los reacios a que cualquier cosa se despache con nombre tan alto. Pero tú sabes que allí estaba y hasta recorriste las "estancias desiertas" de "aquel palacio viejo".

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Ruidos indeseados: Con Shostakovich en su Sexta, con Eliot en The Paris Review, ¿qué podría ir mal? El poema, sin embargo, no da con su tono. Él mismo se las compone para encontrarlo y hoy, sin embargo, renquea, no se apresta a cincelar como suele su danza etérea, su mármol grave o su jacaranda sutil. El ruido es desconcertante. "Frenazos, gritos, descargas de fusil". No tienen miramiento, no saben "fusilar sin molestar a nadie". La poesía, la pobre, qué sensible. 

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Para salvar a la bella durmiente: Lo de comer las perdices es más malentendido que otra cosa. Antes de que los felices amantes se abalanzaran a devorarlas (el sueño da hambre, la épica no menos), la historia es de lo más aburrida. Por fin, el milagro. Llega brioso corcel, desmonta apuesto jinete. Un príncipe, entenderéis. Lo que viene después, a qué contarlo. La vigilia fue un largo descenso a la muerte. Ninguno habló nunca del incidente mágico, pero lo recuerdan a diario. Era todo tan hermoso, eran tan perfectos. 

Coda

Como es el poema más hermoso de este libro, me permito transcribirlo entero. No he querido (no he podido) contármelo y registrar lo que me iba diciendo la lectura, como he hecho (con  desigual fortuna) en los demás poemas. Este merece la soledad de lo que no precisa aditamento. En realidad, ninguno lo precisaría. El poeta César Rodríguez de Sepúlveda ha compuesto un libro maravilloso. Todo él es prodigioso. No sabría hacer ahora (no querría) un comentario de prensa escrita, de los que no dejan nada sin escrutar. Mi goce fue leer y luego, días después, madurado, releído, ha sido (ahora acabo) escribir sobre el goce de leer. Gracias a quien lo hizo posible. La poesía, esta poesía, alumbra, cobija, alimenta. El poema, un prodigio, se llama Más allá de la noche. 

                          Para Santiago Martínez y Ester Ariza

                               .... de madrugada, cuando todavía estaba

                              oscuro, María Magdalena fue al sepulcro...

                                             Juan, 20,1

Era / de noche todavía / y se puso en camino.

Atravesó la noche densa, / la oscuridad terrible, / el colapso del mundo, / la noche ya sin sueños ni promesas.

Andar la fatigaba. / La noche se cerraba en torno a ella. / Por amor caminaba. / por amor, en la noche, como en la misma / muerte. / En el espacio frío y sin sentido, / por amor caminaba.

Y no se detenía.

Algo empezaba a ver, / pero no con los ojos: / una luz solamente adivinada, / un raro resplandor dentro del alma. 

Venía / riéndose la brisa, muy despacio / aventando pesares, / cantando dulcemente, / y ya llegaba / y allí en su corazón algo decía: / "Amor pero la muerte... / La muerte pero Amor.../ Y allí en su corazón le batallaban / y allí centelleaba la esperanza, / sus misteriosas ascuas.

Y era ya de día, un día / enteramente nuevo, recién hecho, / y era todo de luz. La luz colmaba / el mundo / y la piedra había sido removida.

Y se acercó a la cueva. / Y, pájaro en la luz, ella cantaba. 



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