10.1.20

Dibucedario de Ramón Besonías / 2020 / 9 / Ibsen





Antes de romper la casa de muñecas, Nora no era exactamente Nora. Tendría sus rasgos y la reciedumbre o la debilidad moral de Nora, su inventario de afectos o de inquinas, pero no era Nora. Un buen día decidió romper la casa de muñecas. No era demasiado lujosa, ni quizá la mejor de cuantas pudieran vender, pero era suya. En cuento la hizo añicos (entiéndase figuradamente la fiereza física de ese acto liberador) es cuando asomó la mujer que andaba por ahí debajo, llevada de la mano por unos y por otros. El padre al principio; el marido más tarde, como una extensión suya. Uno la entrega al otro en la confianza de que acabe el trabajo. En esa consideración paternalista, la hija es una propiedad, también la esposa. No tomará decisiones propias, no tendrá voluntad, procederá como corresponde a su lugar en la sociedad, obedecerá sin cuestionar, alguien moverá las cuerdas y no podrá ni siquiera marcar la danza. Será de otro el ritmo y ha de suponerse que la letra de la melodía tampoco es pertenencia ni obra suya. Así Nora (todas ellas, cuántas habrá aún) se arrogará por fin el amor a sí misma y se cumplirá (para bien o para mal) su destino.  El de Nora, quién podría contradecirme, podría haber sido escritora feminista. Los mejores escritores no sólo son los que respetan y aman las palabras, sino los que crean un compromiso y hacen que la sociedad (la que los leen y no solo esa) prospere. También los que cuestionan las convenciones y crean expectativas. Ibsen dejó a Nora tras las puerta que terminó por cerrar y abandonar (literalmente) el baile que no había elegido. 

Tal vez lo difícil para Nora sea amarse a sí misma, no considerar amar a nadie más antes de haber encontrado el fogonazo de la pasión doméstica, la privada, la que antepone la propia antes que acometer la ajena. Hay quien no ha prendido nunca esa llama, la cree ajena, no entra en valorar la pertinencia de que no se podrá ser feliz afuera si no se es feliz dentro, pero hay quien no discute la rutina que se le ha hecho desempeñar, no elude la obediencia al padre o al marido y se desenvuelve con maravillosa naturalidad en esa trama en la que cumple un rol, quién no lo hace, al fin y al cabo. 

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Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.