Si tuviese que elegir una palabra de algún diccionario que compilara términos de la Historia del Arte probablemente me quedaría con refinamiento. A la acepción culta, la que puede aplicarse a cualquier obra en la que el esmero ha sido abundante y no se ha distraído la sensibilidad con la irrupción de ingredientes de poco o ningún engarce con el conjunto, se puede añadir otra que no va a la zaga en sofisticación semántica, la de refinamiento como dureza o crueldad sublimada. No hay belleza que no contenga una brizna de dolor por lo que no es desatinada esa dualidad. Lo refinado es hermoso y es cruel. El retrato de Giovanna Tuornabuoni, solicitud póstuma de su viudo a Domenico Ghirlandaio, entraña una dificultad narrativa: no saber qué mira, según la costumbre de la época de asemejar los retratos a las monedas de timbre romano. La pintura es una invitación a pensar, no sólo al disfrute sensible. Si conoces una parte de la historia del cuadro, las posibilidades se expanden. En la tabla de Ghirlandaio hay refinamiento estético, cuidado en exaltar las virtudes de la dama retratada y componer un fondo que, no distrayendo el motivo fundamental de la obra, pueda informar al observador sobre la época y la alcurnia del protagonista. Lo terrible de este cuadro es que la dama no posase jamás, no escuchase los consejos del pintor. Murió en el parto de su segundo hijo a poco de cumplir veinte años. Ignoramos si Lorenzo Tuornabuoni le suplicó al retratista:"Píntela de perfil, que vista encajes, hágale un moño del que caigan rizos. Que la joyería que cuelgue de su cuello no permita apartar la mirada de su rostro. Era hermoso y debe continuar siendo hermoso". A Ghilandaio le cuadraría el encargo, pero tendría que pintar de memoria, usar algún cuadro menor, si es que lo hubiera, probablemente no habría; tirar de las imagenes borrosas de su breve relación con ella. Que la pintase con esa melancolía asombrosa debió ser decisión del autor, no del viudo. Serenidad y tristeza juntamente. La muerte planeando los colores limpios y elocuentes. La muerte como un fantasma que inspecciona la materia de su trabajo y la invita a que se aligere de alegría y se renuncie a la pompa de la vida y al festín de sus risas. Siempre me fascinó la seriedad de los modelos clásicos. Parecería que no deseasen pasar a la posteridad exhibiendo alguna brizna de festejo en el gesto. Ni siquiera en estos retratos se puede admira la franqueza de un rostro completo.
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