11.1.09

Los hombres que no amaban a las mujeres




En cierto modo Los hombres que no amaban a las mujeres habla del orden y de las apariencias, de cómo la sociedad crea monstruos que luego, por vergüenza, por pudor, esconde en un sótano, convencen de que regresen al redil y le sean perdonadas las culpas o, en última instancia, ejerzan su bestialismo, sus adicciones perversas a resguardo de la luz pública, como un juego jugado en la intimidad y cuyas reglas y cuyos actos únicamente competen al maniaco jugador que mueve las piezas en la sórdida privacidad de su aburguesada vida de ciudadano limpio y a salvo de injurias y de acusaciones. Hay monstruos disimuladamente convertidos en respetables brokers o maestros o fontaneros. El libro de Stieg Larsson hurga en esta sociedad complacida de su progreso, lúcida y ufana del grado de civilización a la que ha llegado después de algunos milenios de tropiezos y de pecados. El enigma planteado por Larsson - una adolescente desaparecida hace treinta años- es la excusa perfecta para zarandear alguna de esas premisas inamovibles sobre el Estado del Bienestar.
Larsson reinventa la novela negra y la encuadra en el frío nórdico y en las especulaciones bursátiles y se nutre de la novela policiaca americana (El sueño eterno me vino a la cabeza nada más avanzar un no muy excesivo número de páginas y vi en la huella de Chandler) para crear un sórdido retrato de la sociedad en la que vive a través de una (en principio) investigación criminal que, a la luz de los acontecimientos, bien pudiera ser el frívolo capricho de viejo millonario, inteligente y terco, que quiere resolver ciertos enigmas familiares antes de irse al otro mundo. Como el propio autor, desgraciadamente fallecido a los 50 años, cuando se había hecho un enorme hueco en las letras suecas y sus tres libros (Trilogía de Millenium: El hombe que no amaba a las mujeres, La chica que soñaba con un cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire, no editado todavía por aquí.) eran best sellers en países como Inglaterra, Suecia, Francia, Alemania y (ahora) España.



Larsson (además) escribe muy amenamente y la trama discurre, a pesar de las seiscientas y pico páginas, bajo un ferreo dominio de la intriga, dosificando en todo momento los puntos de inflexión, la entrega de materiales clarificadores y la demora en la (absolutamente fabulosa) resolución del caos. Le importa menos la forma que el esplendoroso fondo, como toda buena novela negra, y se nota que está completamente enamorado de los personajes que ha inventado, a los que mima y conduce con esmero hasta que los abandona.
Lisbeth Salander, la hacker anoréxica, emocionalmente dispersa, sexualmente voraz, de comportamiento espartano y acciones épicas, es el personaje que, a la sombra de todos los demás, conduce con pasmosa credibilidad la acción del libro. Y engancha la tipeja, engolosina su manera de proceder, su precariedad en las emociones y su coraje y dignidad moral.
El amable lector puede envalentonarse lo que necesite para atacar el tocho. Yo no lo hice con el alborozo que suelo. Me escamaba el triunfo de críticas, ese darle galones a tutiplén que ahora, leída, me parece totalmente justificado.
Esta noche empiezo con la de la cerilla...

4 comentarios:

Cinéfilo dijo...

La de la cerrila baja un pelín.

A mí también me gustó Salander. Dicen que tiene Asperger que es una de las enfermedades mentales más interesantes que conozco. También la tenía Rainman.

Lo que quizá más me emociona es esa isla sueca de la familia millonaria. Ese largo invierno del perdedor con lecturas y penalidades buscando una pieza de un puzle sin solución. Me parece tan melancólico y tan entrañable.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Conozco la enfermedad y hasta he tratado a gente que la padece. Dicen que la tiene Bill Gates. Se concentró en los ordenadores y mira por dónde salió el terco empeño. No hagamos bromas.
Me encantó también la isla, José. Ese lugar para dejarse contaminar de libros, de paz, de paseos, de café y de soledad aceptada. La pieza del puzzle es, por otra parte, genial. Y del café no me has hablado: toneladas de café, toneladas de café. Colombia en Suecia.

Anónimo dijo...

Muchas ganas de trinchar este tocho y devorarlo. Mi hermano se lo regaló a mi padre, con lo que esperaré a tenerlo libre y pillarlo (hay que reciclar en tiempos aciagos).

Un saludo!

Carmen Anisa dijo...

Aunque tarde, desde tu entrada de hoy he viajado a esta y...¡lo que disfruté leyendo la trilogía!

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