6.1.09

Priego de Córdoba: El mapa del tiempo



Viví dos años en Priego de Córdoba. Conservo los suficientes recuerdos como para que algún borgiano de pro me renombre Funés. La historia de una persona, en ocasiones, se puede contar a partir de algunas muy puntuales cartografías. Algún trazo de ese hermoso mapa recala en este pueblo y la biografía de esa felicidad precaria a la que uno vuelve cuando precisa de reconfortantes espirituales y fármacos emotivos se escribió (en una parte muy considerable) en sus calles. O tal vez fueron bares, lugares tan gratos para conversar. En cualquier caso, este año no he visitado mi pueblo adoptivo con la frecuencia que solía. No he visto a mi amigo del alma Antonio Linares ni he caminado por La Villa con el desparpajo de quien vivió en ese barrio y encontró en sus macetas y en su cal, en su silencio aristocrático y en sus olores metafísicos, algunas de las cosas que luego le han servido para seguir viviendo y disfrutando de los dones que la vida (a la que últimamente dedico mucha letra en esta página) te va ofreciendo. Hay que saber cogerlos. Caso contrario, cuando los años herrumbran los recuerdos, echas en falta paseos y conversaciones, abrazos y ternura, jueves por la noche en El Tempo con blues y riffs balsámicos sobre la espuma de la cerveza y el humo catedralicio del tabaco.



Llevo mucho tiempo pensando en escribir algo sobre Priego y tampoco esto de ahora me satisface. Quizá necesite volver (aun viviendo cerca, hace unos meses que no lo hago) y pasear la plaza de Colombia y la calle Río, entrar en la cafetería Río (un bucle semántico necesario) y ojear la prensa con la certeza diminuta de que atrás, en las calles, y esto es lo que más me cuesta explicar, de alguna forma está el Emilio de 1.991, el que dejó después el pueblo y recorrió (es un decir) Andalucia con las alforjas de los libros y de la tiza, buscando en otros rincones lo que Priego de Córdoba me dio en el poco tiempo en que viví allí. No es una crónica sentimental o lo es con la pompa y la trompetería más absoluta.
Conozco, al menos, una persona que piensa exactamente igual que yo. Alguien que rubricaría cada una de estas palabras y a la que confío todo mi devoción por la memoria limpia de esos años de tránsito. Lo fueron. Ahora, todo este tiempo después, me sigue fascinando su barroca presencia. El idilio no tiene caducidad. De hecho, conforme me voy haciendo viejo, se amplía. La memoria, que es una trampa, ha fortificado esos recuerdos. Los ha blindado. Les ha dado nombradía. Los ha instalado (absurdamente, qué les voy a decir) en algún lugar a salvo del rigor de los años. Y eso me llena de satisfacción.
addenda galante:
De fondo puede sonar (en vinilo) Stairway to heaven en la versión en vivo que Led Zeppelin recogían en The song remains the same.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Que bonitas las fotos y que bonito el texto, Emilillo.

Conrado Castilla dijo...

Querido Emilio:
Tus palabras sobre Priego, al que en parte descubrí por ti, me han traido recuerdos de otros lugares donde yo viví temporalmente, también con la tiza en el bolsillo, lo que nos hace pensar que el tiempo pasa, pero va dejando cosas bonitas en nosotros, cómo estas letras que has escrito sobre tu ciudad adoptiva. Espero que podamos volver a pasear`por esas calles cualquier día.
Un abrazo.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Recuerdo hace un par de años en Priego, Conrado, de parranda con niños, pero muy a gusto. Ahí volveremos, sin duda.

Anónimo dijo...

Me parece suficiente reclamo las fotos que pones, Emilio. No conozco Priego viviendo relativamente cerca (Córdoba) así que iremos un día de estos y visitaremos esas calles.

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