7.1.09

El año que viene me toca a mí...


Maruja Torres, a la que admiro, ha ganado el Premio Nadal con una novela en la que fabula sobre la posibilidad de volverse a encontrar con dos amigos suyos que ya no están entre los vivos: Terenci Moix y Manuel Vázquez Montalbán. Se llama Esperadme en el cielo y no sé si la leeré o no. Me gusta mucho la Maruja Torres articulista y no pierdo ningún domingo para embarcarme en sus crónicas sobre la ruindad del alma humana. Su prosa fluida e hiriente, fina y campechana, suele cebarse con los prebostes de la Santa Madre Iglesia y casi siempre extrae del lector una sonrisa. Llevar toda la vida escribiendo curte y el oficio y las buenas maneras al practicarlo se evidencian en párrafos sueltos. Por todo esto me alegra que mi admirada Maruja se embolse los 18.000 euros del premio, que ella sabrá en qué usar, y coloque su librito en el escaparate de la librería de mi amigo Pipo (Juan de Mairena, Lucena, Córdoba: vayan y compren, please) y en las monstruosas pilas de libros que El Corte Inglés, FNAC o cualquier otro gigante del ramo exhibe para consumo voraz del lector sincero y del que no tiene otra cosa mejor que hacer que regalar libros para evitar tener qué pensar en otra cosa que le requiera más gasto de la masa encefálica.
Hasta aquí la parte emotiva de la historia. Luego está el tufo a amaño que todos los premios emanan cuando los medios de comunicación vocinglan que Savater, Umbral, Sánchez Dragó, Maruja Torres, Lorenzo Silva o Antonio Gala, por citar a algunos insignes de las letras comerciales en este país, han ganado con excelentes novelas esos egregios certámenes. Ahí es cuando uno se queda ko, con cara de gilipollas, imaginando que esos respetados escritores, contra los que no se me ocurre maquinar ningún mal pensamiento, son los mejores de todos los posibles. Que Maruja Torres es una novelista ejemplar que ha batido a todos los demás ejemplares novelistas que han concurrido al premio al que ella (desde el anonimato) ha concurrido también. Esa es la parte extraña del argumento, la que no se deja manejar con argumentos nobles. Me parece extraño, por lo menos, que ninguna de esas novelas haya entusiasmado al severo tribunal que las lee. No me entra en la cabeza que fuera de esos escritores no haya otros que lo hagan igual de bien y merezcan ese agasajo mediático y puedan ver su historia en el escaparate de Pipo o en la FNAC. No encuentro razones para ese vacío de talento. Supondremos que todos parten del mismo lugar y que todos se afilian al mismo patrón y a idéntico procedimiento de lectura. Fernando Sávater, al que también admiro, cómo no, registra su historia con el alias que mejor le parece.
Mi amigo K., que una vez se presentó a un concurso de poesía de campanillas, firmó como Libélula Incandescente y se comíó una rosca conmigo en la barra de un bar, dudando sobre la honradez del fallo habida cuenta de que el poemario ganador era, a su juicio, al mío, una pobre exhibición de metáforas oxidadas por el uso y de grises y simples hasta el desmayo versos concebidos desde la más absoluta falta de talento. Claro, eran nuestras opiniones. Los miembros del comité deliberador, grandes poetas ellos, firmemente instalados en el parnaso de las letras patrias, no pensaron así, y amigo K. se refugió en la certeza de que no es posible ganar una de estas cosas salvo que antes, por méritos que no conocemos, ya hayas triunfado y dado algún libro al ISBN y tu nombre diga algo o (tal vez) alguien sugiera que es el nombre que lo puede decir todo. En esas estoy todavía, y por ahí discurren mis convicciones sobre los premios y sobre quiénes los dan. Que me contradiga alguien, por favor. Me encantaría borrar esa impresión personal y colocar otra menos estricta.
De todas formas para que el año próximo Emilio Calvo de Mora gane el Nadal tiene que escribir la novela y de momento sólo hay notas sueltos y ni yo confío en mi valía para construirla. Con lo a gusto que estoy yo en mi Espejo de los sueños y lo bien que me lo paso escribiendo todos los días un ratito, me voy a meter yo en berenjenales de ese tamaño. Anda ya...

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Sólo una cualquiera de las líneas con las que nos obsequias (tu rebaño de acólitos es amplio, no lo dudes) en tus reseñas y en tus vicios escritos merecería un premio de esta o de superior calaña. Pero Emilio, ya sabes cómo es el putiferio de las letras en España, que es como el putiferio del cine o como el de la pintura. Algo postizo, falso, de cara a la galería, hecho para vender como rosquillas por encima de calidades o méritos. Supongo que tu compatriota andaluz Gala vende más de lo que harías tú, muy a mi pesar, pues reconozco que la pluma y el desliz en terrenos de cursilería son material sobrante en aquél. El resto de cosas que hace digna la literatura (la buena), o sea, mesura, templanza, rigor, economía cuando hay que economizar, sabia verborrea cuando hay que decorar, altura humana y modestia a chorros...de eso estás sobrado tú. Supongo que en cuestión de premios se mira más que las estanterías de Fnac y semejantes puedan llenarse...y vaciarse con rapidez.

Malos tiempos para la lírica, cuánta verdad. Qué asco.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Malos, malísimos, aunque hay rincones en las librerías que exhiben libros portentosos, refugios para el alma apetente de letras gloriosas. Lo que escribes sobre mí es refutable. De todas maneras si el azar, que es prodigioso en cuanto se lo propone, tiene a bien darme alguna vez galardón tan singular no dude usted, amiguito, que le dedicaré no uno sino cien ejemplares de la obra premiada. Je je. Antes hay que pensarla bien, escribirla, rezar a Tolstoi y a Proust para que se materialice el tocho vendible.

Isabel Huete dijo...

No seré yo quien te quite la razón, aunque conozco una excepción que confirma la cutre regla que mide la calidad de los ganadores de nuestros renombrados premios literarios. El Ateneo Cultural 1º de Mayo de CC.OO. de Madrid convoca todos los años un certamen de relatos cortos y otro de poesía y te aseguro que es cabal, casi enfermizo. Por supuesto no pagan 18.000 euros al/la ganador/a, pero da para un apañito.
A mí me encantaría que de una vez te lanzaras con esa novela a pesar de lo estupendamente bien que me lo paso leyendo en el sueño de tu espejo. :)
Un besazo.

Lydia dijo...

Hola,

Lo cierto es que no voy a contradecirte. He tenido oportunidad de leer poemarios presentados a un premio y el ganador me pareció de los más mediocres. Había uno fantástico pero claro, el que ganó, efectivamente, había publicado antes ya y tenía un nombre algo más relevante que un recién llegado.
Y, en fin, hasta aquí puedo leer.

Un saludo y feliz sábado noche.

Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.