Consiste la apostasía, muy corta y sesgadamente escrito, en negar la fe católica y conducir, a renglón seguido, la negación al amparo administrativo de modo que la sacrosanta institución eclesiástica pierda el numerario recién cesado y el Estado, pongo por caso, con cifras en la mesa, reconsidere los beneplácitos habituales, traducidos en ingresos y en parabienes concertados. Ahí es donde la curia, escocida en sus carnes, niega el suministro del cómputo de esas bajas que son, a lo oído, muchas. Es que el pueblo llano, ahora, está más engolosinado con otros asuntos y no se deja fascinar por la derecha del Padre, el episodio mágico de los peces y los panes y hasta la historia del resucitado: estos tiempos son más ligeros, más relativistas, como dice Ratzinger no sin razón. La mística más alta no la provee la fe y su prolijo recetario de consuelos sentimentales sino la suntuosa nómina de gadgets o cachivaches tecnológicos que nos susurran placeres a los que, ciegos, acudimos. Perdemos la fe y ganamos en plasma. Perdemos la devoción a cambio de banda ancha. Hemos sustituido graciosamente la misa de doce por otras liturgias cuyos santos patrones son el móvil, la pda y el reproductor de mp3. Quizá todo pueda ser matrimoniado y el feligrés cuerdo y en pleno uso de sus facultades mentales (las modernas, también) pueda sobrellevar el peso de la biblia y sus dogmas y la maquinaria formidable de estos bombones materiales tan gratos y que hacen la vida tan agradable. Hemos dado la espalda a la ortodoxia -hombre casado con mujer- por lo que no se aviene al dictado de la tradición - hombre ama a hombre o mujer ama a mujer, por ser correcto en todo -. El apóstata, azote de cruces, procede de la izquierda republicana o de las lecturas juveniles de Nietzsche o de un BUP muy culto con una biblioteca bien surtida de textos paganos visitada por una pandilla revolucionaria a la que se le atragantó -quizá- una misa de doce o un comunicado de la Conferencia Episcopal. Viene esto porque anoche vi en televisión a un apóstata pagado de sí mismo, diplomático y prudente, pero irremediablemente escorado a terminar sus parlamentos con pellizcos a quien no comulgase con su política animista. El estado actual de las cosas permite apóstatas y discípulos de Cristo, fomenta católicos enganchados al ipod y tecnófobos subscritos a la palabra de Dios. Lo lamentable es la gana de hacer la puñeta que tenemos unos contra otros: como si aquí lo que en verdad valiese es privilegiar nuestra verdad sobre la verdad ajena. Como si todo se resumiese al pobrísimo discurso de los símbolos. El apóstata de anoche, bien trajeado, convincente en su papel de adalid de los apóstatas españoles en la sombra, no dijo nada que no se supiese previamente. Que unos creen y otros no. Que tal vez la Iglesia debería considerar que su hegemonía ha bajado un escalón en las preocupaciones del ciudadano. Todo eso puede ser cierto: lo es, si lo razonamos con calma, pero estamos escribiendo con excesivo ardor lo que probablemente debe ser conversado con más cabeza. Y se nos ve el plumero místico y todos los demás plumeros a poco que abramos el pico y digamos este boca es mía. A lo mejor todo es una cuestión administrativa y hemos topado no con la Iglesia, como dice el latiguillo, sino con la burocracia de la Iglesia, que ésa sí que se antoja más exasperante.
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2 comentarios:
me parece a mi que no va el asunto religoso por buen camino porque llevamos dos milenios intentando conciliar posturas y ahora parece que esta la cosa mas puñetera que nunca.
no tenemos solucion.
a lo mejor hay que decir aquello de lennon en imagine y entonces todos felices.
y eso que todavia guardo un resquicio de fe en dios y en la equidad y el buen ejercicio de la iglesia, pero falla tanto...
Quizá orecisemos 2 milenios más; no sé ven soluciones; en todo caso, más hostilidad, menos flexibilidad entre unos y otros, ignacio
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