Cada músico precisa su tiempo para encontrar su voz: el líder de The New York Dolls, David Johanssen, tuvo que bajar al delta del Mississippi y empaparse del swing demoledor de sus antros. Allí perdió una porción notable de hígado, a la luz de las letras incendiarias de este disco, y se engolfó con la cadencia delincuente de los barras nocturnas preñadas de cerveza, bourbon, blues y muchas toneladas de rhythm and blues, rock and roll primario y trompetas empapadas de alcohol. En este disco fabuloso está el origen del rock, su raíz inequívocamente lúdica, previa a la injerencia de los productores, los intermediarios y toda esa caterva sagaz de luminarias del dólar que privilegiaron el sonido de la caja registradora a la verdadera naturaleza de esa música redentora, tarareada en los tugurios, recetada por los machanes de la felicidad y, en última instancia, reverenciada por el hombre blanco: Poindexter, el alter ego del rockero Johanssen, lo es, pero aquí se tizna de oscuro, se inviste de maestro de ceremonias, al modo en que lo hacía Cab Calloway o un inspirado Tom Waits, también blanco, desalojado de sus preocupaciones filosóficas. Esto es alegría pura, música pura y eterna, bailable en casi todos los cortes.
Buster Poindexter es un crooner aventajado, un émulo disciplinado de Louis Prima, el hijo bastardo de un Frank Sinatra chantajeado por un fan irredento del orangután jazzero de Walt Disney.
Lo verdaderamente sorprendente es que el genio de este puñado fascinante de contagiosas canciones haya crecido en el punk, ese hijo disfuncional del rock. Que haya buceado sin escafandra por el proceloso mar de los clubs de garaje antes de bracear, plácida y golosamente, en las aguas etílicas de este homenaje "moderno" a las big bands de antaño, al rock-a-billy o al portentoso limbo en donde se mezclan, jubilosos, todos los géneros musicales que conforman la paleta multicolor de lo que hoy consideramos música de consumo. Meta el lector todos los marchamos que conozca: rock, pop, balada, jazz, gospel... Todos, por supuesto, transatlánticos, marcados con la bandera de las barras y de las estrellas.
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Lo verdaderamente sorprendente es que el genio de este puñado fascinante de contagiosas canciones haya crecido en el punk, ese hijo disfuncional del rock. Que haya buceado sin escafandra por el proceloso mar de los clubs de garaje antes de bracear, plácida y golosamente, en las aguas etílicas de este homenaje "moderno" a las big bands de antaño, al rock-a-billy o al portentoso limbo en donde se mezclan, jubilosos, todos los géneros musicales que conforman la paleta multicolor de lo que hoy consideramos música de consumo. Meta el lector todos los marchamos que conozca: rock, pop, balada, jazz, gospel... Todos, por supuesto, transatlánticos, marcados con la bandera de las barras y de las estrellas.
7 comentarios:
Irresistible. Si lo conoces busca Hot hot hot, una pieza magistral que todavía canturreo cuando me distraigo. Estupendo post. Juanjo
Es música que contagia, efectivamente, Juanjo, pero además un muestrario de todos los géneros nacidos en el siglo xx alrededor del jazz o del blues, madres de todo lo demás. Saludos.
Casualmente lo compré no hace demasiado en una serie barata únicamente por la portada y lo considero como dices un disco excepcional, contagioso, esa es la palabra, excepcional, sin duda.
y me pregunto como este hombre hacia punk.
A brindar todos antes de que nos caigamos muertos.
Contagioso, un hallazgo, gracias.Aries77
acabo de hacerr un post de este señor y me pasaba por aqui...
es rarisimo pero encantador este cantante
salu2
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