Contra la idea de que la pereza no es asunto del que alardear está la de que quien la ejerza precisa vanagloria, ese puntito de orgullo que la fortalece y al que más tarde recurrir, siquiera melancólicamente, cuando nada invita a que acoja y conforte, todos esos momentos de agitación y de tumulto que tanto abundan y tanto lastiman. La pereza es una bruma confortable de la que se tiene la impresión de que no se le da el debido desempeño, mucho menos la solemnidad que otras disciplinas de lo humano exhiben. Contra la voluntad de cumplir se encona la de desatender su requerimiento, la de desobedecer, la de concederse un momento (que sean muchos) de pura, legítima y gozosa desobediencia. Me voy a echar una siesta. Haré sangre al sillón.
25.2.24
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