6.2.24

Cocodrilos

 

Dormir frente al televisor mientras la paciencia del cocodrilo organiza un festín de antílopes distraídos. La ceremonia de adiestrar el cuerpo para que el sofá lo reciba como un hijo con el sueño tamborileando en tu cabeza y National Geographic bombardeando imágenes impactantes de la salvaje vida animal. La sensación de que el mundo se detiene en la dentellada brutal del cocodrilo. Crees escuchar después, en sueños, la carne rota, los huesos fracturándose. Notar cómo la realidad, el cocodrilo abriendo en dos al antílope, se adhiere fieramente al sueño, pero son sueños frágiles, de una fragilidad conmovedora, sueños en los que no hay tiempo para que la trama invisible ni siquiera pueda cerrarse. Queda pues abierta, sin adquirir el rango de obra acabada. Los sueños no terminan nunca. No sabemos si luego se buscan, si el sueño de media tarde en el sillón se activa en la noche, incorporándose al sueño recién adquirido, si es posible que hasta lo borre y tome el mando y haga lo que se le antoje, si el cocodrilo echará la siesta con la panza rota por la feliz ingesta o si implorará que el inclemente sol egipcio lo reduzca a polvo. No sabemos nada de estas cosas. La realidad tampoco es discernible. La realidad no termina nunca. ¿Soñarán los cocodrilos con ovejas eléctricas? Un cocodrilo es un artefacto onírico. Ha probado nuestra mano y nos ronda en sueños. Lo que anhela es entenebrecernos, afantasmarnos. Su tiempo no es el nuestro. Nos contemplan desde otra dimensión. Llegará el día en que ingresen en la nuestra. Lagartos terribles. Una serie de ciencia-ficción. Anoche vi la cara de Asimov en una multitud. Me miró como si nos entendiésemos. Le miré con un temor antiguo. Temí que se abalanzara y se me zampara de un bocado. No recuerdo si lo hizo. Me he despertado frente al televisor. He sentido la carne rota, fracturarse sin ruido los huesos.  

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