El huidizo es especie terca en su condición motriz a la que cualquier razón o falta de ella lo fuerza a darse el piro, a no estar más tiempo de la cuenta en cuanto las circunstancias se ponen levantiscas o la adversidad le ronda. No hay edad propicia para comenzar a tomarle gusto al hecho de ser huidizo. Se puede empezar en mocedad, cuando el amor da sus primeros avisos y se cree que no alcanzarlo hará que vivamos para siempre rotos por dentro. Es el huidizo propenso a no darse por aludido cuando se le reprende, aunque esa admonición no le causa mayor quebranto. Si alguna prospera y lo abate tiene con qué rebatirla, siendo la maniobra de la huida la más recurrida y de más visible éxito. No precisa quien huye suelo firme que pisar para emprender su retirada. En ocasiones, cuando le es imposible abandonar el escenario que no le agrada, hacen ciegos sus sentidos, los incapacitan para el comercio de los argumentos y asumen esa expresión que va de la indiferencia a una indiferencia mayor. No conviene entregar al huidizo recado alguno, por frívolo o liviano que sea. Al menor indicio de que se vea comprometido, sin nada que delante su fuga, desaparece. No hay lugar en el que el huidizo se sienta plenamente a salvo. Cualquiera podría malograr su estado idílico de quietud, su condición de eterna reprobación. Están en las calles, en las colas de la charcutería, en los parques, en las terrazas de los bares. Poco hará uno para precaverse, no hay certera instrucción ni siquiera para advertir su cercanía. Más que la cobardía, es la reticencia a procurarse el trato ajeno o a dar el propio. Con inverosímil magisterio, el huidizo apenas se delata cuando comparece entre los otros: posee artes sibilinas, se sabe manejar en las multitudes. Hay huidizos de tan acendrada pulcritud en el desempeño de su costumbre que temen continuamente que acaben huyendo hasta de sí mismos. En un extremo, el huidizo aquejado de este desviación puede incurrir en desdoblamientos y observarse desde una altura al modo en que un cuerpo astral mira al cuerpo del que procede. Es entonces cuando el temor primerizo se multiplica y alcanza niveles de aritmética insoportable. Un solo huidizo puede mutar en ejército. Podrían ser horda, plaga, legión. Un día el mundo será de ellos, pero no harán alarde alguno, preferirán pasar desapercibidos, harán lo de siempre, sin dar aprecio al desempeño de su oficio.
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