Más que a quienes nos entiendan, buscar a quienes nos escuchen. Tener alguien que preste atención a las palabras y a los gestos con que vestimos las palabras y sepa, en el ruido de las que sobran, dar con las que de verdad importan. Porque es tanto lo que se dice que algo habrá por ahí adentro que sirva para que, al final, una vez se nos escuche, haya con qué entendernos, se despeje el sentido de lo que decimos. También uno mismo se encomienda traducir al otro, apartar lo que no alcanzamos y coger con las manos la parte que nuestras manos pueden coger, sin que se caiga nada, con todo el empeño del que se disponga, con la voluntad firme de que podremos abrir las manos y contemplar que nada se ha caído, que de alguna manera permanece en ellas, aunque estén vacías y saber que si sabemos abrirlas y llenarlas, por más que el peso las hunda, siempre estarán ocupadas en recibir un peso nuevo. Tal vez así vivir sea un ejercicio de contención y de despilfarro. Dar y darse, entregar y entregarse. Escribir es tener quien te escuche. No se precisa que haya una conversación fluida y se interpongan gestos y las palabras tengan su peso en el aire, pero es fluida, hay gestos y las palabras cobran volumen, a veces con más empeño que si se dicen.
1.8.23
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