19.8.23

Elogio de los caminos

 Amo las digresiones, las siento mías como una llave en el bolsillo que abriera las puertas que no se me permite franquear. Al extraviarme en ellas, hallo el deleite que no me da el camino franco, expedito y limpio. La navaja de Ockham refiere que no hay que multiplicar lo que puede acometerse de manera sencilla, sin hacer intervenir procedimientos costosos, pero Mae West, poco versada en etéreas metafísicas y extraordinariamente dotada en recursos mundanos, dejó dicho que el camino más corto entre dos puntos es la línea recta, pero no el más atractivo. Cavafis, al que no deslumbraba la geometría, sólo pedía que el camino fuese largo. En el fondo, a poco que se pese la experiencia de la sabiduría, interesa más el preliminar de descubrir que el hallazgo descubierto en sí mismo. Toda la mística procede de esa perturbación topológica. El camino se hace al andar, sentenció el poeta. Echar la vista atrás y convencer el ánimo de lo inoportuno de retomarlo. El futuro está hecho de ese azar conmovedor, esperanzado en avanzar sin que nada nos afinque a un paisaje o nos convenza de la utilidad del pasado. La misma literatura es una aventura digresiva, aunque se nutra del cuento, que es precisión, concisión, exactitud. Al cuento, cuando se ha concluido, se le da bien alargarse, fecundar la memoria y enredarse con otros cuentos hasta que derivan en novela. La vida es una novela, muy decimonónica a veces, por cierto. Su tráfago es más azar que certeza. No hay día que no principie una a la que damos cierre nerviosamente, cuando la vigilia concluye y el sueño concilia el espíritu y lo amansedumbra. Cuando el nuevo día irrumpe, el novelista trama un episodio nuevo al que dará finiquito (a conveniencia o sin que intermedie la voluntad del narrador) tarde o temprano. Somos novelas aplazadas, no cerradas, perdidas nada más echar a andar, resueltas en grandes o pequeñas vicisitudes, conferidas de ese atributo de lo humano que nos hace creernos dioses, hábiles dioses que manuscriben el destino con férrea o cándida mano, según las circunstancias. El corazón no tiene un mapa con el que gobernar su brújula loca de sangre. En cuanto damos con un argumento razonable, lo desechamos. Es libre el albedrío, esa es su condición inmarcesible. El alma es huérfana, no tiene un escudo heráldico, ni una herencia que entregar. Irrumpe a ciegas y se desvanece a ciegas. Avanzamos a tientas, pisamos la tierra blanda de los días, volamos la secreta urdimbre de las noches. Somos quien escribe, quien lee, quien aplaude, quien censura, quien ríe, quien llora, quien cree, quien duda, quien ama, quien odia, quien padece, quien disfruta. Todo es nuestro, nada lo es. Somos el camino, somos el paso que lo fatiga. 



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