El aire es ceniza, la memoria es fuego, las palabras arden, todo tiene ese olor a sacrificio, todo es carretera quemada hacia la raíz misma del cuerpo, que es incesantemente pira funeraria. La calle no es el principio de nada, ni es calle. El verano es un desacato a la dulzura del ánimo, que fluctúa entre encomendarse a la dulzura de la sombra o dimitir una temporada de la templanza, pero hay consuelo en la sucesión de las estaciones, en la síncopa de los astros, en la bendita inminencia del frío. Tengo ganas de tener frío. Tengo ganas de que llueva. Tengo hartura de sol. Tengo aversión al sudor. Llevamos dos días de cierta bonanza. El aire caliente da indicios de claudicar, la memoria trae briznas de frescor, las palabras alivian en su nuevo fulgor, todo es inicio, todo es camino limpio hacia la raíz misma del alma.
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