18.1.23

Breviario de vidas excéntricas. / 43 / Tristán Ulloa

 Tengo un abrigo de 1984 con alejandrinos perfectos en un bolsillo. Pesa como si contuviera las tablas de la ley y los papeles del Mar Muerto. Es de paño leonés. Lo compró mi madre en un arrebato. Me gustaba tocarlo, apreciar la entereza de la prenda. Olía a niebla a medio hacer. Lo llevé a un ciclo de literaturas germánicas medievales que organizó un amigo en el sótano del pub donde escuchábamos jazz progresivo hasta que nos sangraba un tímpano. Las chicas apreciaban mi porte. Cuando me lo quitaba, me hacía invisible. Gasta cuidado con el abrigo, me decía mi madre. No tienes cabeza, no sabes lo que cuesta llevarte bien vestido. Un abrigo de paño leonés de 1984 con alejandrinos en un bolsillo es una invitación al hurto. Quien se lo apropia adquiere facultades poéticas preternaturales y se postula como ganador de todos los juegos florales de la comarca. A madre le duele que su hijo no tenga una placa en la que se le nombre bardo laureado o hijo predilecto. Al morir le recitaré versos alejandrinos en francés para que el arrullo fonético la ice hasta el cielo con un candor no visto. Los sacaré del abrigo de paño leonés de 1984 con cuidado. El papel está vencido por los rigores del frío, por la tradición del tiempo. Hay tachones que yo no he hecho. Hay un verso sobrevenido del que no poseo propiedad y al que profesó las más altas consideraciones. Es prenda con ánimo lírico. No he revisado los demás bolsillos. Temo que los ocupen silvas, octavas reales o redondillas de la más variada factura. Más que al paño o alguna otra especie de milagro de índole textil, atribuyo esta festividad métrica a motivos prosaicos: algún poeta abandonó su trabajo en los bolsillos del abrigo, que no sería de primera y virgen mano, sino impredecible vestigio de otro dueño que quizá se vio forzado a empeñarlo para saldar alguna cuenta en el juego o para ponerse contento de vino en alguna taberna. Vendría a ser el arquetipo de poeta decadente, más inspirado cuanto más mojada tuviese la lengua. Hay días en que madre me conmina a que me lo ponga. Rehúso, la sanciono: no me está bien, hace que no tengo ese cuerpo, he cogido peso, tengo las espaldas más anchas, hay más tripa, no insistas. Cuando no me ve, por no animarla, me lo coloco. No estoy hecho un adefesio, conservo cierta compostura, dejo de ser invisible si me coloco el abrigo y salgo a la calle como si fuese 1984 y me esperase el mundo en el sótano del pub con el jazz progresivo y las literaturas germánicas medievales.

Atribulado, patético, inconsolable, pateo bares, bebo ginebra cara, leo esquelas con un gesto de complacencia, saludo a las mujeres que tienen la edad de mi madre, me paro en los escaparates de lencería fina, fumo Lola hasta que me amarillean los dientes, meto las manos en los bolsillos de mi abrigo dr paño leonés de 1984, las manos tocan papeles, uno, dos, trece, huelen a niebla, yo huelo a niebla, soy un fantasma, camino sin que se me venir, nadie repara en mi boca, mi boca está con la fiebre, mis ojos están con el vértigo, mi corazón es un tren que medita perderse en la distancia, mi corazón vive en el armario de todas las madres del mundo, mi madre es una virgen que llora por los hijos que mueren sin haber escrito un endecasílabo. Ensimismado, insensible, condesciende mi voluntad (dice madre que la de los Ulloa es inquebrantable) a enquistarse en una epifanía brusca, como de fuego sin luz, de frío tierno. Me he convencido de que no soy nadie sin mi abrigo de paño leonés de 1984. Duermo con él, padezco todas las enfermedades sin que el dolor me afecte, escribo sonetos en servilletas de taberna, amo a las mujeres fatales de las películas en blanco y negro que veía en casa cuando no tenía nada y era un niño desvalido con un siete en el pantalón de pana. Era yo azuzando perros para asustar a las viejas, era yo con los ojos malos de ver pecar a los puros y a los sabios. Pero madre me sacó del barro, me dijo que el cielo tenía mi cara cuando la besaba, me dijo que buscara una novia con los labios de miel. Cuando muera, le pondré mi abrigo de paño leonés de 1984. El abrigo y ella serán uno. La cubrirá en su descanso divino. Tendrá la eternidad para recitarle a Dios todos esos poemas de métrica pulcra que huelen a niebla. A Dios le concierne la platica poética de sus criaturas. Si se aplica, madre ganará de calle todos los juegos florales del cielo. Los coros arcangélicos recitarán su nombre. Yo quedaré aquí, huérfano, ágrafo. No vestiré prenda alguna de la que no sepa la inocencia de sus bolsillos. Dejaré la poesía para los actos luctuosos. 




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