9.1.23

Dibucedario 2023/ I / Inseparables (David Cronenmberg, 1988)

 






La profesión médica tiene obreros cualificados con fe inquebrantable en la supremacía absoluta de la salud. No quebrantarían el juramento hipocrático, no contravendrían el mandamiento primaria de hacer velar por la integridad del paciente, ni anteponer la sublimación de sus vicios a la ejecución cabal de un procedimiento curativo, pero ninguno de ellos valdría como instrumental humano para que Cronenberg los diseccione y convierta en juguetes de su vesania. Cronenberg no es un creador que titubee cuando hay que subvertir el orden y hacer que el caos impere a su antojo. Inseparables no es contemplativa, no rinde una trama sencilla a la que se siga con la armónica comparecencia del equilibrio o de la bondad. Su punto de partida es retorcido: dos gemelos, Beverly y Elliott: son brillantes ginecólogos dedicados a paliar la infertilidad, viven con soltura, comparten amistades, residencia y proyectos personales y laborales. Lo que fragmenta ese bienestar es la irrupción de alguien que extra de cada uno la parte más quebradiza, la esencia de lo que verdaderamente son. Uno, extrovertido, locuaz, de fácil trato, fuerte en su determinación de medrar en la sociedad; el otro es introvertido, tímido, carente de cualquier iniciativa que sobrepase los límites de su indolencia. La fractura que principia el advenimiento del caos absoluto la introduce una mujer, Claire, una actriz en decadencia que anhela más que nada ser madre, perturbadora, tóxica en un sentido moral y orgánico, incitadora de que lo enfermizo aflore. Luego ocupa un lugar secundario, pero precipita el terror. Porque Inseparables, sin ser una película de terror al uso, contiene algunos de los presupuestos canónicos del género, una especie de paranoia tremebunda, un desproporcionado ejercicio de perturbación y de negrura. La apabullante imaginería quirúrgica induce una atmósfera de truculencia que intimida. Cronenberg es hábil en sublimar la fealdad. Aquí ese compromiso nativo, el de prestigiar la estética de la diferencia, se sustancia en la evolución psicológica de los dos hermanos, que son más iguales, paradójicamente, cuanto más rotos están. Ya no hay otra dependencia que importe más que la destrucción compartida, esa escisión anticipada durante la transcripción de la trama y que cierra la sórdida peripecia de sus existencias. 

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