27.1.23

Parkeriana

 



Charlie Parker tuvo que ser una criatura menesterosa y frágil, delicada y tierna a pesar del corpachón que gastó en su escasa vida. Sabemos su legado: la música y la biografía de un artista absoluto, de alguien con un don  Tener uno y no apreciarlo es una blasfemia. Hay quien no advierte que lo posee y malogra el placer propio y el ajeno. Tengo la certeza de que alguna evidencia de que yo sea feliz en este mundo proviene de las virtudes de otros a los que no conozco, con los que no he tenido el placer de pasear o tomar un café en una terraza o la cercanía suficiente para sentirme envalentonado a contarles si desayuné poco y me arrebata el hambre o si alguien a quien amé me visita en sueños y me dice que nos equivocamos los dos. 

Charlie Parker es un hombre al que no conozco. Sé de su música, la tengo en la cabeza, me ha acompañado los últimos treinta años (serán más) de mi existencia. Sé de su aplicación en consolarme o en agasajarme. Sé de lo que era capaz cuando salía al escenario con la cabeza en otra parte o, dependiendo de la ingesta de veneno, mucho y tristemente complaciente, en todas ellas, en cualquier parte, sin merma. 

Según quien escriba la biografía resulta una hagiografía al hilo de la leyenda o un sórdido viaje al fondo oscuro del alma de un hombre contradictorio, embocado a su saxofón, invariablemente tocado por el ala infame de la desgracia, sitiado por el numen y ahogado por la revelación de su don, que lo sacó del anonimato que suponía ser negro en Kansas City en los años cuarenta. Se fue a los treinta y cuatro años, la edad perfecta para construir un mito. No tuvo la suerte de ser un personaje normal como su amigo Dizzy Gillespie, que agotó la vida en Cuba, en Suecia, en donde lo abrazaran, en los círculos del jazz exquisito, como embajador del jazz, casi como un funcionario que vuelve a casa después de cumplir su jornada. sin épica ni literatura. 

Tal vez hubiese querido Parker desaparecer en el mainstream, tocar en Estocolmo delante de una colonia indecente de pijos con ínfulas de eruditos del bebop, ir de gira en un crucero (se me ocurre que podría ser el argumento de una estupenda película de aire distópico y mucho jazz de fondo). 

Como Coltrane, como Evans, como Baker, entregó su alma al diablo en un cuartucho de motel barato. Si los músicos de blues la entregan en un cruce de caminos, los músicos de jazz prefieren los clubs de luces mortecinas y ruido de cubitos de hielo en el fondo del vaso. Vivió de saxos prestado y locales cutres, pero el pájaro siempre elevaba el vuelo. El genio manumitido de toda las esclavitudes de la rutina, libre, ocupando el aire con su swing, elástico y sublime, de las precursoras big bands al sincopado bebop, retorciendo las notas hasta conseguir una pasta sobrenatural, un loco suicida -lo intentó varias veces - con el don de la ebriedad y de la belleza, ambas cosidas al mismo traje. 

Un cocktail brutal de toxinas provocó la demolición absoluta de un cuerpo estragado, torpe y gordo alojamiento de un espíritu excepcional. Neumonía, ulcera de estomago, cirrosis e infarto posterior: ése fue el dictamen del médico, que creía estar viendo a un hombre de sesenta años  (más tal vez) en un adulto de menos de cuarenta. El parte no registró su amor por el blues, su insobornable pasión por la música del voudeville en Broadway, su incontestable capacidad de improvisar y perderse en la bruma de su talento sin salirse un ápice de la emoción, del absoluto conocimiento de los patrones clásicos que le permitían escaramuzas geniales a los márgenes del tiempo, a la filosofía de la música.

 "Esto lo estoy tocando mañana", escribía Cortázar en sus labios. De hecho sigue tocando. Hay discos de Parker cada año: su producción es infinita. Como la de Jimi Hendrix. Debieron grabar mucho, cantidades enormes de música que era enlatada y dejada para mejor ocasión. Cientos de tomas alternativas, leves variaciones, un soplo de más aquí, un receso en el solo allá. El paraíso del aficionado a Charlie Parker es precisamente esa entrega intermitente, que no siempre es relevante. Así que Cortázar en su El perseguidor lo contó inmejorablemente. Esto lo estoy tocando mañana, esto lo estoy tocando mañana. Escribo fuera del tiempo. 


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