29.9.22

272/365 Jean Cocteau





“oh princesa del sueño loco, escucha mi cuerno y mi jauría de perros, te liberé del bosque donde encontramos el hechizo”, voy al centro de las cosas, “mi desorden se amontona hasta el cielo”, me impregno de la luz, la cierro en mi voz, todo adquiere una claridad a la que me abrazo, estoy en el acto puro de ser y un manantial de amor lo contempla, crezco, alcanzo, proclamo, bajo después, observo el paisaje, el esplendor del mundo, la fiebre del mundo, el vértigo del mundo, la distancia que empuja y la hondura que atrae, prescindo de pensar cuando entro en esa residencia, solo me dejo invadir, aceptar el azar mismo, todo lo que perturba me alimenta, no tendré más remedio que quedarme allí, en la estancia donde un dios ensimismado no nos atiende, donde la dicha y la desgracia juntamente escriben el diario del hombre, en el lugar preciso en el que la herida es solo un indicio de experiencia y por la noche el cielo confía una historia antigua a quien presta oído y se deja quemar y comprende que ha sido invitado al festín de la belleza, “caigo por la fatiga, el dolor, el sueño, soy inculto, nulo, no conozco ninguna cifra, ningún dato, ni nombres de ríos ni lenguas vivas o muertas”, voy de mi dolor a su alivio, de mi fracaso a su sacrificio, el pecho henchido, la voz tremolando en el aire, el corazón en su atalaya, hondo aljibe, hierba del aire que lo alfombra todo, “la juventud me abandona y he recibido su golpe, se lleva riendo mi corona de rosas”, voy como si no tuviese otro oficio o como si no supiese ejercer otro, uno, en ocasiones, pasa los días tratando de entenderse, “el secreto del azul está bien guardado”, buscando la ecuación en la que hallarse, por si viene alguien y nos despeja y nos pasea por las tardes, contándonos el rubor de las noches y la hombría desatada de las mañanas, no habiendo tal, queda el ejercicio vano, el placer de acuñar una frase que perdure en la memoria y nos condense, no la hay, no puede haberla, es vasto y es inabordable el campo, el campo es un hijo de baudelaire, ni siquiera da la vista para zanjarlo en un suspiro, “ soy una mentira que siempre dice la verdad”, estoy  en el centro de las cosas, impregnado de luz, cuajada en mi voz, contemplando la claridad que me abraza, en el acto puro del ser, sintiendo amor por toda la blonda fragilísima del alma, pero no acaba de sentirse invitado, no termina de pasar adentro y reclinarse sin prisa, a la espera de que yo le acoja y lo convenza de que no se vaya nunca o de que, si se va, no esté mucho afuera y vuelva, comoquiera que vuelva, a contarme el esplendor del mundo, la fiebre del mundo, el vértigo del mundo, escribir es un acto de amor, lo demás es escritura, “mi sangre se ha transformado en tinta”, escribo porque tengo la luz entera, me pertenece, se me dio, ha sido un día hermoso, tengo los miembros en un alarde de fulgores, me han contado que el mundo es una extensión de un sueño antiguo en el que un niño juega a última hora de la tarde con las caracolas de una playa del fin del mundo, “solo un río atraviesa la jungla”

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Del desorden y la herida / Una novela de nuestro tiempo

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