13.9.22

256/365 Rafael Azcona

 



Aquí están los pobres dignísimos en el invierno tirando a severo en donde la tos matrimonia su rancia sinfonía con el ruido del frío. La radio da el serial con partes de hambre y hay un alarde de hormigas en el sendero del aire. El crucifijo y el retrato en óvalo gris del marido a veces crápula, pero siempre cumplidor, que murió en el frente (en alguno tendría que ser) contemplan la franela otra vez bellísima de la cópula de la mujer pobre y el ocasional vecino que ha venido a resguardarse de Franco. 


Estas historias nos la enseñó Rafael Azcona, pero siempre puede uno tirar de árbol genealógico y consultar a los próceres más antiguos sobre la veracidad del cuento. Hoy me he acordado del gran Azcona. El caos reinante le daría para cuatro o cinco historias buenas todavía. Azcona retrató España con proverbial socarronería. La situó no el mundo, sino en la historia: le birló el padecimiento de ser una, grande y libre por el festín de ser cien, pequeñas y anárquicas. No siendo feliz por imperativo ético, se esmeró en hacer acopio de la alegría, que es una instancia de rango menor, pero más útil. Su descreimiento era fértil y le hacía escribir (en La Codorniz, en sus guiones, en sus libros) en la creencia de que, al menos, le contentarían. Se refiere en su biografía que cuando mozo en su Logroño natal se escribía cartas a sí mismo. Eran viajes a países exóticos o a utópicas civilizaciones del futuro liberador. Fue un hombre de su tiempo, una vez creció y se dispuso a mirar la vida a su ras, sin situar el ojo en esa perspectiva cenital que distorsionaba la imagen o, al empequeñecerla, la menospreciaba. Quiso pasar desapercibido, no alardear de nada, ni siquiera que se le conociera y a su nombre se le adjuntara un rostro. En ese anonimato se puede convivir con el pueblo y mirarlo de frente. Por aprender. Ver Plácido o El pisito es un ejercicio de inteligencia. Azcona, el más grande guionista de cine en español. 


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