27.9.22

270/365 Giuseppe Ungaretti

 


Dios mío, aquí me alzo, aquí me abandona la luz y me cubren las sombras. Aquí mis manos, que han tocado la piel y la han abierto como un paisaje al que se inclinan los dioses. Aquí la recia niebla que con pasajera insistencia ocupa la honda verdad de mis ojos. Aquí el último corazón, el más vehemente, el que ha esparcido por un ciego caudal de tiempo su temblor de niño asustado. Nuestra es la tierra prometida. De ella, que es un poema escrito en el aire, "me queda esa nada / de inagotable secreto". Nuestra es la palabra que la nombra. Con ella haremos que el mar sea "un ataúd de frescura". Por ella el alma será ungida y dará al fuego un epitafio. Tendrá el hombre residencia en sí mismo, consigo y en él, aferrado a su carne pobre, el tiempo cumplirá su recado de clausura, nos arrojará de la vida, pero el deseo de que una alegría suprema perdure hará febriles los ojos y despertaremos en una dulce orfandad sin cometido. La inmensidad me iluminará. No hubo más, no hay más, no habrá más. Solo la entera ocupación del aire. Tan solo un diálogo. Como un pájaro que de pronto entiende la naturaleza del vuelo. 


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