13.9.21

Dietario 192


Los diccionarios son países que no vienen en los atlas y a los que, a poco que observes, descubres que las palabras que tutelan son provincias de una especie de mapa secreto. Las palabras están unidas unas a otras al modo en que el alcantarillado público conecta calles y da una tupida cartografía invisible. Hay palabras que te conducen a otras. Yo llevo desde que empezó el día con la palabra arcano en la cabeza. De pronto he pensado en la cantidad de palabras secretas que esconde el diccionario, en palabras cuyo significado conozco y en palabras que son tesoros absolutos, puertas a un universo hasta ahora vedado. Como el uso de los elementos de la tabla periódica o como los compuestos de un prospecto farmacéutico. Palabras que no alardean ni se creen de una trascendencia mayor que la convocada azarosamente, convocada por la bondad de una fonética o la precisión de un significado. Confío casi únicamente en el lenguaje. La realidad me aturde. Las palabras me confortan. Me gusta la palabra candela. Pensé en la belleza poderosa de la palabra, en su sonancia magnífica. Igual que Nabokov en boca de su perdido Humbert Humbert se despeñaba pronunciando Lo-li-ta. Hay nombres en los que te abismas. Palabras perfectas que están a salvo del rigor de lo real. Los primores de lo real, escribía Machado. Hoy tengo arcano; mañana, zangolotino. P. me dijo que no la conocía. Le encantó. Me escribió a propósito del hallazgo. Estaba feliz. Una palabra nueva, una que usar, una a la que dar el afecto de otras, tantas, algunas de tan hondo pulso. Ayer me sorprendí pensando en la hermosura de todas las palabras esdrújulas. El mundo debería ser esdrújulo, pero es arcano. Hoy empieza todo de nuevo. Es así a diario. Ahora llueve en mi pueblo. Llover es una palabra nueva, si miras con atención.

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