15.9.21

Dietario 194


El día empieza bien, se estira como un gato recién violentado del sueño y te pone en la tesitura de poner una sonrisa complaciente o arrugar el gesto a conciencia. Llueve sin convicción. Es el tipo de aguacero de una timidez que te desagrada. Casi preferiríamos (es un decir) que rompiese el cielo de una vez y alardease de rudeza. No tener un punto intermedio hace que agradezcamos los extremos, hasta que duelen y nos hieren, es costumbre que uno y otro ejerzan con saña su oficio. Punset dijo que la intuición ocupa más espacio en el cerebro que la razón. Quizá quien posea una hacienda mayor sea la ambición. No ha dejado de gobernar al mundo, no ha dejado de malograrlo. La Historia es un inventario de esa ambición. Lo que fascina es que todo (la violencia, el amor, la inclinación a tener fe o la misma violencia) sea un coreografía de moléculas, química pura. Igual hay cierta propensión a ser nacionalista, crápula, feligrés o ludópata, cierta inercia a salir a la calle con la sonrisa puesta o con el gesto adusto. No me queda claro si el bendito influjo de la cultura es capaz de hacer bailar a las moléculas de otro modo o éstas ya vienen configuradas rígidamente y ninguna pedagogía las puede reformar y al final sea el monte el destino de la cabra interior. En realidad, sí lo sé o deseo fervientemente creer en la cultura, en su absoluto magisterio, en su ilimitado imperio. También creer en la propiedad del tiempo. En que llueve a ratos. Ahora, pronto anochecerá, ha salido el sol. Briznas de luz que contradicen el tono gris con el que se ha despachado el día. 

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