10.9.21

Dietario 190

 Tengo un sueño recurrente y, en cierto modo, envejecido en el que involucro a gente que conozco y los hago trasegar por peripecias de las que no poseen mayor propiedad que la proveniente de mi onírica invitación. Una prudencia que agradezco no los hace padecer más de lo preciso y, una vez despierto, observo con alivio que están indemnes y razonablemente ajenos a la zozobra a la que los he expuesto. Si concurren en el transcurso de la vigilia posterior, no suelo informarles de lo poco o mucho que recuerdo de ese sueño comunitario. Si me vengo arriba y les hago depositarios de la ensoñación, un poco por pudor y otro tanto por prudencia, eludo las partes inconvenientes, esos episodios de escaso asiento en la cordura de las cosas y me limito a narrar la periferia exhibible. Si son narraciones divertidas, me explayo con naturalidad y someto a su amable escrutinio la  sustancia de la trama. Hay quien obstinadamente acude a ella y quien accede con más extraña frecuencia. No sé si yo mismo soy también actor en los sueños ajenos. Cuando se me cita en alguno y el que lo urde está animado a compartirlo, caigo en la cuenta de que esos sueños no difieren en exceso de los míos. Todos se mancomunan en un mismo reducto inasequible. Tienen de nosotros lo que por lo común no conocemos. Quién sabe si es más nuestra esa afantasmada galería de sucesos que los acaecidos a la vista y sometidos a las herramientas de la razón. Ese sueño repetido consiente ligeras variaciones, pero es el mismo, en esencia. El hecho de pensar en él lo arrima a la rutina, deduzco. De ahí que persista y exhiba aún el vigor primero. No sorprende tanto, no repite la novicia impresión de asistir a un teatro loco. A él confiamos la parte excéntrica de la vida, la que no ejercemos por no admitir su desquicio. Una parte de ese sueño podría ocupar la realidad: gente yendo de un sitio a otro, conversaciones rutinarias. Lo asombroso nunca tendría residencia en el cartesiana trasiego de la vigilia, pero ese delirio es cada vez más cercano, tiene la urdimbre de lo real. Si A. procede como no suele en él (A. es incapaz de llamar la atención) R. (proclive a extravagancias, extrovertido con colmo) se retrae y actúa con pasmoso comedimiento. Hay un patrón fiable. No tengo manejo en nada que allí ocurra, pero se observan pequeñas reiteraciones, escenas que son familiares. Sé de ellas lo que fuerza mi ansia por traerlas de vuelta. Es un oficio agradable el de confundir lo soñado y lo vivido. Todavía gobierno la vigencia de lo real. A R. se le ha ocurrido que podríamos converger en uno de esos sueños. Como en el cuento de Borges de los dos que se soñaron. Se lo he pasado por correo con la ilusión de que se motive. 

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