Uno se hace su película, la piensa con calma, tienta una cosa y la contraria, la mima en algunos tramos y consiente cierto descuido en otros. De lo que se trata es de que haya película. Importa el hecho de que exista o de que podamos hablar de ella y referir que es nuestra. Es la propiedad lo que se prestigia, no el uso que se le dé. Haber ido a la librería para comprar el último de libro de moda, sí, ése del que dicen maravillas y se vende tantísimo, aunque no le prestemos atención y repose en su balda, por si la visita le echa un ojo y extrae la conclusión que esperamos y que tiene que ver con lo cultos que somos y lo al tanto que estamos de las novedades literarias. O haber visitado la catedral de la ciudad en la que pasamos una parte de las vacaciones y haber colgado en el instagram o en el facebook o en el twitter las fotos más relevantes, las que causarán una impresión más duradera. De lo que somos habla lo que tenemos. Estamos en esa esclavitud, en la de la apariencia. No hurgar, no ahondar, no perder el tiempo en un solo objeto (un libro, un paseo, una película, una conversación) sino merodear, olisquear, impregnarse de algo (un libro, un paseo, una película, una conversación) pero sin alcanzar la esencia. Importa (insisto) que haya algo de lo que hablar. Basta con que dispongamos de recursos con los que ir rellenando los huecos que van dejando las horas. Decir que hemos ocupado el tiempo en asuntos interesantes. Decirlo con la idea de que, al ser dicho, cobra vigencia, adquiere el rango de verdad. Decirlo para que alguien lo registre o incluso lo difunda. Porque lo que prima hoy en día es la difusión. Lo viral es lo que triunfa. Uno es viral o es no nada. Este texto entrará en ese juego bastardo también. Se leerá y se difundirá y en las redes circulará arriba y abajo, en lugares que ni yo conozco, y en donde lucirá su título y mi nombre, como si eso de verdad valiese para algo. Se entra a jugar esta partida porque en el fondo se está bien en ella. O porque todo es partida. Eso es.Todo es partida.
4.3.16
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