14.3.11

E.L.O.: Discovery


Era un patio de colegio, el mío, Fray Albino, calle Doña Aldonza, Campo de la Verdad, Córdoba. Y unos amigos intercambiaban cromos de Santillana y de Roberto Martínez. Por ahí ya podemos dar una fecha a este episodio de mi entrañable adolescencia. Yo me preguntaba si la tabla periódica de los elementos podía garantizarme una Navidad perfecta, de esas con regalos bajo el árbol y una película de Frank Capra en la 2. Qué bello es vivir puede valer, claro. Pues entonces mi amigo José Peña Ojeda, que no tengo ni idea en donde se halla en este milenio, me enseñó la cinta de cassette (existían, sí) que cambió mi vida. No es una exageración, aunque por mi carácter fantasioso y por mi ascendencia cordobesa, propenda a la hipérbole y me sienta cómodo en ella. La cambió al punto de que todavía hoy (algunos-muchos- años más tarde) me conmociona el recuerdo y la ingesta audiófila de violínes y de baterías joviales, de coros cristalinos y de canciones monumentales de la época dorada de The Electric Light Orchestra. Lo eran Shine a little of love o Midnight blue o The diary of Horace Wimp (mi favorita entonces y ahora y no otra cosa que una versión más pop del Ob-la-di Ob-la-da de Lennon y McCartney). Discovery fue el disco bautismal de este cronista de sus vicios. Le podemos añadir Breakfast in America de Supertramp y Regatta de Blanc de The Police. Ninguna mala forma para empezar en el negocio sentimental de la música. Más tarde compré la cinta que me enseñó El Peña. La oía en una cassette lamentable de marca conocida pero gama bajísima, que tenía en la mesita de noche de mi dormitorio. En el cajón, revuelto con lo que suele esconder un cajón de una mesita de noche de dormitorio, Discovery, en rutilante cinta de cromo, para que el sonido fuese más esplendente. Yo no lo noté. Tras la cinta llegó a casa el Lp: vinilo para mi Stibert de papá, una reliquia de cuando Fraga demostró al mundo que las playas de España no tenían residuos tóxicos sino suecas en bolas y hoteles comiéndose el paseo marítimo. Los años imponen después su tasa, pero este disco de la ELO, gloriosa ELO, no ha rebajado su capacidad de emocionarme, de darme el placer que me dio entonces. Todavía enumero las canciones del disco. Cuáles estaban en la cara uno, que cerraba Horace Wimp. El grosss, como un tren desbocado, en la dos. Y no será jamás posible olvidar algunas conversaciones de patio de colegio alrededor de la música, encerrados los de siempre, en un rincón, junto a la pared que daba al estadio, a la sombra de unos árboles, decidiendo cuál era el mejor corte. A Chacón, nos gustaba llamarnos así a veces, por apellidos, le flipaba Last train to London. ¿A ti, Segu, cuál te gustaba más? En fin... Arranco el lunes con violínes...

3 comentarios:

Rafa dijo...

Preciosa semblanza tuya y del disco.
No soy eloniano, pero me gustaron también.
Soy de Dire Straits y eso tuyo fue para mi Communique.

Anónimo dijo...

El alma se me cae a los pies. Qué recuerdos, Dios mío. Fue en Málaga, fue hacia 1981, puede ser. Y era el disco, me explico, el disco. Gracias

Luis García

Emilio Calvo de Mora dijo...

Sí, Rafa, hecha con mucho amor, que se dice. Es un disco primordial en la biografía "sonora" de este servidor. De mucha gente. Yo soy también de Dire Straits. Es que es complicado nombrar todos esos discos. Tantos. Tan buenos. Tan de adentro.

Claro, Luis. Es eso que explico. Discos que cuentan historias personales. Uno se explica a los demás a través de esos discos. Este es uno. Grande ELO.

Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.