14.3.11

El presente brutal


Uno se concentra ferozmente en algo, desatiende la rutina de las cosas, dedica toda el tiempo del mundo a ese asunto, renuncia a la realidad o hace que la realidad se acomode al propósito que persigue. Constata brutalmente el presente (que es un título fantástico de una novela) y percibe con absoluta limpieza la fe que alienta sus pasos. Hay veces que pensamos en algo y configuramos el alma para que únicamente ese algo exista. Todo a lo que afanosamente nos entregamos carece de interés para el universo. Sólo a nosotros mismos nos concierne. Es nuestro e incluso es razonable pensar que sólo en nuestro interior cobra sentido y vive. Ni siquiera trabajamos la certeza de que ese empeño, ese objeto luminoso, alto, noble y hermoso en el que creemos con ahínco, perdure en el tiempo, sea útil para los otros y nos justifique ante esos otros. Nada de eso nos importa de verdad: sólo deseamos conseguirlo, poseer su rotunda evidencia.
Algo así debe ser la religión. Eso debe ser (pienso) la fe en un Dios, la certidumbre de un mundo mejor después de éste, la confianza en que viviremos para siempre a la Derecha del Padre y que nuestras obras en la tierra nos abrirán las puertas de un provisorio cielo. Uno se concentra ferozmente en Dios, desatiende la rutina de las cosas, dedica todo el tiempo del mundo a ese Dios, renuncia a la realidad o hace que la realidad se acomode al propósito exacto del Dios Perfecto que ha encontrado. Constata (después, ay, irremisiblemente) el presente brutal y percibe que a pesar de todo el vigor de su fe no tiene claro si habrá lugar para él en las alturas o si la renuncia a vivir como querría tendrá recompensa en el más allá. Sostiene que se vive bien en la incertidumbre. Todo manejado por el asombro.Oyendo a Dios en el pecho, pero sin reconocer la música del latido.

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5 comentarios:

Anónimo dijo...

Metafísico, y hondo. ¿Por qué no abres ya directamente un blog filosófico? Seguro que lo llenas de post en días. Eres un hacha, tío.

Anónimo dijo...

Ah, soy Rafa.
Otra vez.
Hoy estoy entrando una "jartá"

Pedrodel dijo...

Últimamente, amigo Emilio, te encuentro algo mustio. Ayer me sorprendías con un amago de abandono, hoy con una realidad acomodada.
Percibo que te preocupas en exceso del error que, estimas, cometemos los creyentes. Muchos más piensan como tú, somos conscientes.
En la tolerancia, y en la libertad de escoger nuestro camino, está la grandeza de la vida.
Un abrazo.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Nada de abrir blogs filosóficos. Gastronómico, antes, Rafa. Un saludo.

Vaivenes, Pedro, del ánimo. Letraherido ando. Lejos de ese ánimo, muy lejos además, pensar que los que creen cometen error alguno. Es un error voluntario como error también nacido de la voluntad es no creer o merodear la fe y entrar y salir y no tener nada claro, que (al cabo) lo que pretendía expresar en el post.
Vaivenes de esa grandeza del vivir que dices. En la tolerancia, y en la libertad de escoger, bien escrito, nuestro camino está ese grandeza y (repito, insisto, vale la pena este esfuerzo en aclarar) no es un error creer. Cómo iba a serlo. Los que no lo hacemos (entro ahora en ese grupo amplio) igual nos estamos perdiendo algo precioso. No hay forma de mentir hacia adentro. Creyente o no, lo importante es elegir, escoger, ir hacia ese destino y disfrutarlo. Uno, otro. Da lo mismo. Y ahí va (sentido) otro abrazo, amigo.

Anónimo dijo...

Vamos a ir por partes. No creo que de esto salga una discusión metafísica ni un combate dialéctico a ver quién lleva la razón, si el que cree o el que cree poco o el que no cree, vamos. Sale en mi opinión la expresión culta de varias personas que sienten dentro la llamada de lo inefable, si es que se puede expresar así. Usted escribiendo y el lector, varios en este caso, muchos imagino, respondiendo. No hay que sentirse ofendido por los comentarios si se expresan con corrección como cree que usted los expresa. En verdad que el tema da para mucho y se ponen sobre el tapete la tolerancia y el respeto a que cada cual tenga sus propias creencias. No, a la gente no gusta que, uno tenga su propia fe, cantaba el cantautor en los setenta, cuando El General todavía estaba de pie y mandando. Yo no opino así, Emilio. Creo que hay que respetar la fe ajena, y no veo que los que pensamos como tú, parafraseo a Pedrodel, seamos m uy distintos a los que piensan de otra manera. Yo no creo, pero qué bien está que creen los que me rodean. Es un juego muy bonito este de hablar y de entendernos o de intentar entedernos, no sé si soy yo ahora el inexplicado. Dejo el comentario abierto, a ver si hay quien aporte algo más. Lo veo interesante a más no poder.

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