He tardado mucho en adquirir mis vicios como para andar ahora pensando en renunciar a ellos. Años enteros de bebop y de Heineken, noches de flexo y Borges, paseos urbanitas a la caída de la tarde, el periódico al repuntar el día, el café antes de entrar en clase y enseñar el inglés por el que me pagan, el palique en la barra del bar mientras afuera el mundo se derrumba o se rehace, el tacto de los libros recién comprados, la sensación de confort espiritual absoluto cuando las luces del cine se apagan y la pantalla se ilumina de sueños, el vértigo de sentirme hospitalario conmigo mismo y procurarme los deleites que me encienden y perviven, el amor inmarcesible hacia los míos, el sostenimiento y cuidado de este espejo de los sueños en el que hace más de dos años que me retrato, los riffs de Clapton, el paseo marítimo de Fuengirola, la playa de Punta Umbría, la memoria como única religión practicable, la bruma del sueño, el hartazgo de todas las demás religiones visibles, el trazo limpio y sensible de la guitarra de Joe Pass, la certidumbre de que algunos buenos amigos están detrás y nos miran. Vicios sencillos que no difieren de los vicios ajenos. En esto consiste tal vez la felicidad: en domesticar esos vicios, en conducirlos hacia nuestro beneficio y en comprender que sin ellos somos instrumentos de algo superior a lo que no alcanzamos, que nos perturba y manipula y en donde morimos más y a una velocidad más rápida. Porque incluso dentro de esos vicios, practicándolos, cercándolos, sirviéndonos de su bendita semilla de libertad para ganar experiencia y júbilo y todas demás bondades de la vida, uno se va muriendo y ahí no hay rebaja. Así que esta mañana de sábado en la que un resfriado torpe me está embotando el cerebro me dedico un post, que después de mil quinientos registrados en este rinconcito bloguero, nadie me va a echar nada en cara. En todo caso, bien mirado el asunto, todo el puñetero blog (que me cansa en ocasiones y al que ya considero darle un descanso o un receso más o menos largo) es una biografía camuflada de esos vicios. O no hay disimulo y estoy yo y las letras me regalan al mundo por si alguien recoge el ofrecimiento. Me pierdo en el envés de las palabras. Flipo con la lúbrica lozanía de los verbos...
21.2.09
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7 comentarios:
Lo escribo sinceramente, Emilio. Siempre lo he hecho así, si bien es cierto que desde que reabrí mi Antártida lo hago de modo descarnado. Y sinceramente te digo que poco importa el que mi casa virtual se tome un descanso de una semana, un mes, un año o por la eternidad. Nadie lee mis tonterías (tres visitas registraba ayer a las ocho de la tarde), y lo que es peor, a pocos les importan mis cada vez más profundos desvaríos. Pero si cierras tu blog sin fecha de retorno (o lo hace Mycroft, o lo hace Amaya), me estaréis quitando una parte fundamental del poco equilibrio que me resta. A veces, el cansancio, la apatía o la desgana, son más fuertes que yo y no comento. Y puedo estar varios días alejado del mundo de mentira más allá de mi propio blog. Pero si tengo una certeza es la de que vosotros estaréis allí a golpe de un click y por unos minutos desaparecerá todo lo demás.
Pero no seré yo quien reste tiempo de ti a los tuyos. Y si necesitas un descanso largo, bien lo mereces.
Las señales, Emilio. Me dijo una compañera de trabajo (hará tres días) que desde que rompió con su novio su vida era mejor. Tomaba café los sábados por la mañana en el bar de su barrio, se había reencontrado con amigas y amigos a los que no veía desde hacía años y tenía tiempo para rebajar el montón de películas por ver que se apilaba junto a su dvd. "Estoy aprendiendo a disfrutar de los pequeños placeres", me dijo. Y recordé a Mandy Patinkin en aquel episodio de "Muertos como yo", en el que aseguraba que el sentido de la vida era una tarta de queso, un café caliente y la música de Miles Davis. Incluso Eduard Punset habló en "Redes", no hace mucho tiempo, de una ecuación que sintetizaba la felicidad. Y ésta se componía de los pequeños detalles y del amor, claro.
Bonito posteo.
Parece que la pequeña gripe ha hecho efecto en los adentros del alma...
Y todos esos paseos ,cafés,Borges, olores , amores familiares...Vicios???
Esos "vicios" son la vida muy bien vivida, en el mejor sentido de la palabra.
Descansar de las palabras expuestas, también lo entiendo. A mí me agotaría. Y por otra parte cuando escribo para publicar, pero no a través de internet, en libro, se entiende, no tengo esa sensación de agotarme...Por eso no tengo blog, y hace cuatro días que he descubierto el muno del post. Comentar de vez en cuando lo veo positivo.
Pues que ojalá descubra en ese amor a los suyos la chispa divina de eternidad...Hay estamos todos, aunque dudemos...
Siempre se escribe desde el descarne: la belleza será convulsa o no será, decía/escribía Breton. En todo caso, admito la estadística sobre tu antártida II pero no la etiqueta de tonterías. No es mentira: hay ocasiones en las que me harta el blog: considero que me roba tiempo para leer o para ver cine o para escuchar punk, pongo por caso; lo cierto es que luego, al punto de adquirir ese pensamiento, lo desecho y escribo otro post. Lo sabes, soy un escritorcillo enfebrecido, uno de esos que emborronan servilletas en los bares. Hubo hasta un tiempo en lo que eso de emborronar servilletas era pieza habitual, Álex.
Las señales abundan como nubes ahora sobre Lucena: un buen día, sirva el dato. Las hay como para sacar libretita e irlas apuntando. Ayer, no voy más lejos, pensé (qué cosas ) en Frank Borzage, aquel director del Hollywood clásico. ¿Bien? Hoy entro en la cocina dispuesto a desayunar y me dice mi mujer una anécdota que acaba de oir en la radio sobre dos Franks: Capra y Borzage. Y juro por la tierra de Tara que hasta ayer la palabra Borzage, ese apellido de ascendencia austrohúngara por lo menos, no había acudido a mi calenturienta y, a veces, enciclopédica cabeza. Esta noche tito Oscar da sus regalitos. Veremos.
Vida bien vivida: un buen título. Se vive a trompicones, a pesar de los júbilos. Duelen muchas cosas. Restañan las heridas, Carmen, y salen otras y así andamos. Escribir cura. Eso lo tengo claro. Es una adicción como otra cualquiera. El blog es un pulmón caligráfico. He publicado un par de libros (uno de poesía hace la pila de años con el mismo título que este blog y hace un año uno de relatos en mi muy noble y mariana villa), pero escribir en el blog me da otras satisfacciones, Carmen. Estos comentarios, vg. La posibilidad de airearme, de darme...
¿Qué has escrito tú? Ya nos vamos conociendo. Carmen qué... Estaría bien buscar lo que has escrito. De verdad. Besos.
Inclitas razas ubérrimas decia el poeta más meloso del mundo. Inclitas y verborreicas. No dejes de escribir, hombre, que se queda coja la mesa del Internet. Mi internet, por lo menos. Abrazos, amigo.
Gracias Emilio por tus palabras en estas "maneras" para mí muy recientes de llegar a las personas poco a poco.
Si entras en VIctoria,s Son de Jordi Santamaría me encontrarás en un post con el que me sorprendió Jordi: Carmen.
A él llegué por un amigo en mis primeros balbuceos, y luego a Bárbara y por Bárbara a Emilio.. Donde ya comento con confianza casera es con Jordi. Somos poquitos y es familiar...
Ni descansos ni recesos,ni se te ocurra!Que no quiero decir tacos eh!No me provoques.
Que hariamos entoces los que te leemos cada dia?...en eso también consiste la felicidad.
Un gran beso Emilio
No, Rafa, ha sido un volunto epidérmico-gástrico. Dejaré de escribir cuando me dé un jamacuco a nivel semántico. Imagino. Saludos.
Entraré en donde dices. Aquí, lo sabes, tienes también tu casa. Escribe a placer, por favor, Carmen.
Ay mi Catyluz, qué bien que escribas. Me gusta que leas, claro, pero también que de cuando en cuando te dejes caer con unas palabricas. Me gustó el vernos de nuevo y recordar los tiempos pretéritos (pluscuamperfectos o perfectos del todo, no sé)...Beso grandote para ti. Qué apañá eres...
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