I
Al alma apetitiva la izan hacia el júbilo cada vez más extraviadas golosinas. Antes bastaba la lectura de un buen libro, un paseo sentimental por el campo o una conversación inteligente entre amigos alrededor de un café, pero hoy los patrones del ocio sentencian que la diversión requiere sofisticados chips y que cualquier modelo de entretenimiento moderno nace de lo digital y mueren en lo digital. Si nos roban los gadgets, morimos. Anoche, mientras acababa las desventuras nórdicas de Lisbeth Salander, parte segunda, pensaba sobre cómo sería un mundo sin libros. Concluí, en una milagrosa fracción de segundo que me pareció una eternidad por lo contundente y manifiestamente clarificador de mi recién alumbrada convicción, que no es posible vivir en un mundo sin libros. Tampoco en uno en el que el cine dejara de iluminarnos. Ni uno (insisto en esta hecatombe cultural) en donde la música quedase relegada a una juguetona comparsa de márketing para vender coches o colonias caras. Pero lo que más me alteró fue que ardieran los libros y ya no fuera posible abrir de nuevo la poesía de Gil de Biedma, tan necesaria en días de lluvia o los cuentos de Borges, a los que mi buen amigo Álex jamás tendrá aprecio. O que mi hijo no lea jamás La isla del tesoro, que se la está perdiendo por olisquear novelas de consumo adolescente, bombardeadas en El Corte Inglés como la panacea absoluta de la diversión total.
II
En este siglo XXI, problemático y febril como el otro, asistimos a una pujanza irrefrenable de lo digital, pero no hay que temer por la defunción de la letra impresa. Alarma que las generaciones que vienen sean arrebatadas al gusto literario por cachivaches de pantalla táctil y juguetes hipersofisticados donde manejar botones a velocidad de rayo cósmico sea siempre mucho más importante que pasear la inteligencia por la belleza de lo que esos botones activan. Todo se compra y se vende por el número que acompaña al producto: más pulgadas, más gigas, más velocidad, más resolución. Y me pregunto (compungido, íntimamente azorado) si será posible que el futuro nos dé lectores jóvenes que se enamoren de la prosa de Rudyard Kipling y disfruten del olor indescriptible de un libro recién comprado, desprecintado, depositado con mimo en la mesita de noche, bajo el flexo, a la espera de que los cómplices dedos lo palpen, midan en hondo suspiro su formidable peso y terminen por entusiasmar una noche larga, enredado en tigres imposibles y en caminos abismados de peligros. Luego la televisión o el cine consentirán otros placeres, pero no podemos robar a los niños (que terminan creciendo, mal que pese a algunos) la fascinación de lo analógico, lo que no tiene aritmética sino gramática, toda esa fanfarria verbal de historias que se deslizan por dentro y hacen que hinchemos el pecho, asombrados, comidos por la fiebre de la aventura. Dudo mucho que el último juego para PS3, por más que estén cuidados las texturas y los entornos gráficos, superen la alegría insuperable de tener en las manos un libro y sumergirnos (es una inmersión, lo sabemos) en las palabras.
6 comentarios:
Y no sólo en noches largas. Las mejores tardes interminables de verano las pasaba de viaje con Julio Verne, y, acompañándome en invierno siempre que caía enferma lo hacía Sherlock Holmes y alguna de sus emocionantes historias.
Esta semana acabé enfadada mientras intentaba explicar las vanguardias de principios de siglo y el libro de texto apenas hablaba de ellas. Los chicos estudian haciéndose un esquema siempre y siempre les digo que el libro ya es un esquema.
Que razón tienes, yo no me imagino el mundo sin libros...Ojalá no se acaben nunca... y menos los de papel, porque ahora con lo digital... ya se sabe.
¡Que buenos momentos paso acompañado de mi lectura, de mi música...!...
Espero no cambiar...
Un saludo...
¡Me lo vas a decir a mí que llevo todo el finde pintando mi casa y me he vuelto loca traspasando libros y estanterías de acá para allá como una loca! Adoro mis libros como si fueran dioses y cada vez que cojo uno le rezo una oración. ¡Qué hermosa aventura es la del leer! Los niños de la Play acabarán arrepintiéndose dentro de unos años a poco intelitentes que sean, creo....
Un beso grande.
DSD, sí, por supuesto, tardes enormes de mesa camilla, brasero, café y un buen libro en el que perderse. Uno de las mejores cosas que se han inventado para la felicidad es eso que cuentas...
No, Juaco, no se acabarán. Y no cambies, no, hombre, ya que los has probado, no los dejes. Ve cumplimentado la cuota diaria de lectura hasta que leer sea un hábito como respirar, como comer... Lectura, alimento...
Los libros, isabel, son dioses. Dioses rudimentarios e íntimos. Te entiendo muy bien. Además entiendo también el placer/dolor de la empresa a la que has dedicado estos días...
He estado leyendo unas cuantas entradas de tu blog, que visito por primera vez. Y la visita es amena: palabra aguda, riqueza de referentes, actividad. Me he parado aquí para arrodillarme ante la mención de Kipling (¡cuánto tiempo sin oir hablar de Kipling!). Su obra es ágil, despierta, precisa, sugerente y bella. Como una pantera. Esperemos, ciertamente, que en el futuro se siga leyendo a Kipling. Si no, andamos jodidos. Como veo que tienes más horas de cine que un proyector, ya te haré una consulta sobre películas que no puedo encontrar, como El balneario de Battle Creek y La torre de los siete jorobados. Un saludo.
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