Para los que hemos conseguido alcanzar la intrascendencia y al fin disfrutamos con las cosas más materiales de la vida (una buena siesta, el bacalao al pil pil, Van Gogh, los nuevos zapatos de Miu Miu), la moda del ateísmo es sólo un síntoma de crisis.
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Carmen Rigalt, El Mundo, 8-1-2009
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Mis alcances no dan para sostener con firmeza los argumentos que el Tribunal ha puesto sobre la mesa para no permitir al padre levantisco la objeción a la asignatura de Educación para la Ciudadanía. En cuanto sospecho que tengo tres o cuatro favorables, que me convencen de la idoneidad de su implantación, me salen por el costado ideológico (todos tenemos uno, mal que nos pese a veces) un par de ellos manifiestamente contrarios a los primeros de modo que el batiburrillo mental me deja en un k.o. expositivo. Así está uno en muchos temas y quizá sea el punto de partida perfecto para poder mirar relajadamente, sin encabronarse, la realidad política o la teológica, que últimamente van las dos de la mano. El Gobierno no es intervencionista o, al menos, no al modo en que el Estado del Antiguo Régimen lo era. Este Gobierno no se ha inventado una asignatura para que dentro de veinte años todo el electorado (el que ahora está en los pupitres viéndolas venir) sea socialista y progre, liberal y (por supuesto) laico. En ocasiones basta que alguien se empeñe mucho en adoctrinar a alguien para que la terquedad didáctica le salga rana y el supuesto adoctrinado, de mayor, sea justamente lo contrario que se esperaba que fuese. Valga yo como ejemplo de esta didáctica inversa: a mayor número de exposición catecúmena, a mayor inmersión religiosa, mayor disidencia. Por lo menos, el disidente culto, el que se ha informado de la naturaleza exacta de su heterodoxia, puede exhibirse sin rubor, contar qué no vio del milagro y en qué lugar perdió el deslumbramiento del que toda fe parte para engolosinar a sus adeptos.
El hostil a la asignatura cree ver en su tabla de contenidos el mismo doctrinario con el que él se formó, pero movido de sitio, posicionado en el ala contraria, muy cucamente colocado por el Gobierno para conseguir, desde la escuela, desde la base misma de la educación, un cuerpo de preceptos y de sugerencias morales que de algún modo rivalizan con las que siempre se han considerado (he aquí uno de los errores) las correctas, las que no pueden ser movidas, interpretadas, reducidas al canje populista de los votos. Entran en conflicto lo público y lo privado ruidosamente y no parece, a la luz de las terquedades de unos y de otros, que el asunto vaya a despacharse con elegancia ni que las derrotados (los hay ya, de hecho) vayan a sobrellevar el duelo moral sin algún tipo de tsunami mediático. Tienen voceros, propagandistas y púlpitos suficientes como para que el mensaje doliente llegue lejos y llegue bien.
EpC, la asignatura objeto de la objeción, va a terminar siendo una materia liviana, escasamente relevante, pero el revuelo que su implantación está causando justifica enteramente dicha implantación. Si hubiese existido antes, pongamos hace veinte años, qué imaginación la mía, nada de esto estaría pasando. Habría respetables ciudadano de moral católica que seguirían siendo respetables ciudadanos católicos y habría respetables ciudadanos de moral laica que seguirían siendo respetables ciudadanos de moral laica. Y todo lo demás es fuego de artificio, ganas de incordiar al pueblo, que parece tener aguante para todo, crisis incluída.
1 comentario:
Que se aguanten todos, que bastante tiempo han tenido lo que han querido y no han aceptado los que pensaban diferente, ahora que se queden un poquito molestos, o otra cosa, y dejen de dar la monserga de la moral de El Estado y todo eso, que es mentira, la moral es personal, sí, pero el gobierno por una vez hace que la constitución valga más en peso y en calidad a la biblia.
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