5.1.09

Autobuses ateos

Lo dice un autobús urbano en Barcelona: Probablemente Dios no exista. Deja de preocuparte y goza de la vida. Se puede gozar de la vida desde la fe y no albergar preocupaciones en el corazón. De hecho quien cree y quien sostiene a Dios como báculo de su existencia manifiesta su felicidad y no hay que sospechar que la fe corrompa la inteligencia de las personas ni que contamine su confianza en el mundo, pero tampoco hay que criminalizar (moralmente, al menos) a quien no cree y no piensa que Dios soporte el peso del mundo ni que alrededor de su críptica persona se deba construir ningún modelo de vida. El problema no reside en que un par de asociaciones laicas catalanas hayan contratado tres metros de autobús para colocar su manifiesto vital sino en la reacción (excesiva, como casi todo lo que roza el terreno de lo religioso) que ha despertado. Lo ideal sería, a mi corto entender, que la soflama no tuviese necesidad de ser publicitada. Los que la han diseñado y pagado imagino que estarán encantados con el revuelo: ése era el objetivo. Si los cristianos airean su fe y ocupan lugares públicos para contar su experiencia, ¿por qué no pueden los que no la poseen ocupar los mismos lugares y contar la suya? Tal vez sea el ámbito privado el escenario en donde debieran suceder estas cosas. Y no está bien que un autobús hable de Dios como tampoco que lo haga. Y en todo caso, a beneficio de creyentes y de descreídos, Dios se pasea por las calles: unos están alborozados por la provocación y otros están ofendidos, pero al cabo de lo que se habla es de ese objeto mágico, sublimado, al que el siglo XXI está dando un papel estelar en la coreografía social y en el entramado mediático. Nunca antes, ni en la época de vacas gordas de Cristo y misa obligada de doce, estuvo la Iglesia tan de moda, aunque algunos que la consideran ninguneada, vilipendiada y humillada por el relativismo canalla y por el capitalismo salvaje piensen (evidentemente) al contrario.
Vivimos al amparo de una Constitución que, aunque no se exhiba en librerías, no tenga miles de años y no venda tanto como la Biblia, manda lo suyo y rige lo que otras escrituras no pueden y, al cabo, no deben. Que el 25% de la población sea atea o agnóstica o impía o laica o como quiera cada uno nombrarla debe hacer pensar en varias cosas. La primera, la que está más a mano, es que los espacios públicos (calles, paredes, autobuses, colegios) han dejado de ser escenario de manifestaciones católicas o cristianas o judías o evangélicas o como quiera cada uno. No vale el argumento que el otro día escuché en la barra de un bar: venía mi compañero de barra, al que no conocía casi de nada, que a este paso terminaremos derribando las iglesias y levantando casas municipales dedicadas al fomento de la disidencia y a otras lindezas de la nueva moralidad. Creo que es salirse de madre.
Ariane Sherine, columnista de The Guardian respondió a una página cibernética de cuño cristiano que amenazaba a los ateos con“pasar la eternidad en el infierno y ardiendo en un lago de fuego”. Ayudada por Richard Hawkins, el gurú del ateísmo hoy en día, el evolucionista de papel couché, alquiló unos autobuses londinses y lanzó a las calles la respuesta a la hostilidad cristiana. Como un partido de tenis: saque, resto. Lo demás es patrimonio de estos juegos de la frivolidad contemporánea, pero ha tocado en Barcelona y entonces los obispos de la cosa divina y los saltimbanquis de la sacrílega laicidad se han puesto a dirimir a ver quién lleva razón y quién está blasfemando, en el fondo. Dice el arzobispo de Barcelona que "es compatible ser creyente y disfrutar de la vida". Y yo, sin ser arzobispo ni poseer estudios en teología, afirmo (con conocimiento de causa) que también es compatible descreer y ser feliz. No hay infierno. Ni cielo. O al menos, al modo en que John Lennon lo convertía en canción, ninguno del que debamos preocuparnos. Ya tomaron en Londres, a comienzos de los setenta, el nombre de Dios en vano cuando alguien pintó en las paredes la ya antológica Clapton is God. No tengo ni la menor duda de la veracidad de esa afortunada frase.

Si el Vaticano pide abstinencia, rigor, ausencia de hedonismo y una contribución personal de penitencia, no me parece mala idea que un colectivo urbano gaste unos euros en pedir al personal justamente todo lo contrario. Carpe Diem, my friends.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Año nuevo, viejas costumbres; no cambiamos y por mucho que queramos seguimos empestiñados en lo mismo. Que el autobús visite Españaaaaaaaaaaa

Anónimo dijo...

Los espacios públicos deben servir para que los ciudadanos se manifiesten, creo yo. Pero Todos. Todos. No unos cristianos, que llevan dos mil años de prebendas. Los demás, yo no soy de ninguna facción, también deben tener un rincón para eso. Los espacios públicos son públicos o sea que deben servir para lo público. Lo privado, en casa, en el dormitorio.

El Diletante dijo...

Eso de "la iglesia está más de moda que nunca" me ha hecho reflexionar. Las campañas de márquetin tienen una máxima que viene a decir que es mejor que se hable mal de sus productos, a que no se hable nada sobre ellos. ¿No estaremos, amigo Emilio, haciendo publicidad de la Iglesia católica con nuestros blogs...?

Emilio Calvo de Mora dijo...

Irene, los autobuses y las paredes y todos los lugares en donde uno pueda expresarse son lo que tenemos para contarnos cómo somos. Unos son de una forma. Otras, de otra distinta. Lo público y lo privado son cosas distintas, también. Autobuses para todo. O para nada. O para anunciar Coca Cola o Viajes a la India.

Llevas razón, Josecarlos. Estamos contribuyendo al resurgir mediático de la Santa Institución. Mejor que hablen mal de mí a que no hablen nada, se dice. Pues eso. Estamos haciendo publicidad. Nos falta un patrocinador. Dinero tienen para pagar estos esfuerzos laicos.

Anónimo dijo...

Emilio, el biólogo no es Richard Hawking, sino Dawkins.
Es divulgador de la ciencia, pero eso no es lo convierte en "evolucionista de papel de prensa chavacana". ¿No te gustaría a ti escribir tan bien como lo hace él?.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Dawkins, llevas razón, anónimo. No tengo ni idea de cómo escribe. Lo de papel couché es por los demás, no por él mismo, al que no minusvaloro ni desprecio, más al contrario. No suelo contestar anónimos pero éste lo pedía. Saludos. Y dese un nombre la próxima vez.

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