23.10.08

Buda explotó por vergüenza: El cine como conmoción




Nunca había visto antes una película iraní. No conozco nada de Kiarostami, a pesar de que mi amigo K. insiste siempre en que busque un hueco entre Fritz Lang y Michael Mann y vea A través de los olivos. Confieso cierta inercia a dejarme llevar por lo que conozco. Prefiero redescubrir a Bresson que conocer a Ozu. Tampoco tengo a mano todas las hipotéticas joyas del cine turco o mongol, pero admito que cuando he visto alguna película aparentemente exótica, alejada de los canales ortodoxos de distribución, despojada de los clichés del cine pensado como industria, facturada en algún remoto país sin pedigree en la Historia del Séptimo Arte(¿Túnez?¿Bolivia?¿Jordania?) he pensado lo erróneo de ciertos hábitos y me he obligado a dejarme engolosinar más por lo que se salga de la rutina.
Buda explotó por vergüenza viene de ganar el Premio de la Crítica del Festival de Cannes del año pasado, así que no es (precisamente) una anomalía del sistema, una especie de pequeña joya que haya pasado desapercibida por todo el mundo. Esa distinción la ha colocado en el pelotón de salida de la fama internacional, que no sé muy bien qué es pero que hace que las películas sean vistas o exploten, en las estanterías del olvido, por vergüenza, como el Buda.
Quien no la ha visto, sabe de qué va. Conoce que cuenta la historia de una niña que se obstina (con una obstinación rayana en el desmayo) en comprar un cuadernito, un lápiz y una goma y así poder asistir al colegio con un vecino de su edad (seis años, siete tal vez) con el que comparte rellano a pie de cueva. Estamos en Afganistán no mucho después de que la demolición del Buda excavado en la montaña a manos del talibanismo más radical, y perdóneme el lector por la redundancia, pero Hana Makhmalbaf, la joven directora iraní de dieciocho años a cargo de este festín de denuncia y de poesía, no retrata ni un solo acto de la barbarie que asoló el país salvo la escena con la que se abre el metraje: el reventón del Buda, su eliminación del mapa sentimental de un pueblo. A lo que asistimos es a una odisea que esclarece las consencuencias de esas tropelías. Asistimos a los juegos de una docena de infantes ociosos, que encuentran en la copia de los comportamientos de sus próceres un anclaje más que satisfactorio con la crudísima realidad que les circunde. Si han de ser talibanes y odiar al enemigo americano, pues a arrojarse de cabeza al fanatismo y a odiar a quien se ponga por delante. Las escenas en las que los niños desarrollan sus juegos son escenas de una sencillez plástica y formal irreprochable pero que celan, en su vértigo, en su desquiciamiento, las muescas de un país, su más enloquecida estampa.
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Buda explotó por vergüenza es una película de una ternura asombrosa. Si peca de ingenua en algunos tramos, si cae en un simplismo excesivo, luego todo se compensa con la impresión absoluta de ser cómplices de una denuncia hermosa, al menos; una del tipo que (al salir de la sala oscura) nos hace paradójicamente felices. Porque no se puede ser feliz y exultar ese júbilo cuando en ese remoto rincón del globo pasan las cosas que acabamos de contemplar. Y lo único que la niñita quiere es que le cuenten historias. Historias sencillas que pueda después rememorar con la lectura. Cine más puro que ningún cine: imágenes que brotan de las palabras. Mi amigo K. está feliz porque he sido valiente.
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4 comentarios:

Isabel Huete dijo...

La vi el otro día en televisión y me pareció una delicia, y a la vez me dejó el sabor amargo que dejan los despropósitos de los descerebrados. La destrucción de los budas es una metáfora de la destrucción de una sociedad de la que una parte de ella se muestra en la película. La crueldad de los niños imitando a los mayores es tremenda y todo el periplo de la niña para conseguir dinero para comprarse el cuaderno y el lápiz es demoledor. La ternura es inmensa y lo alucinante es, como tú dices, la ausencia de denuncia, de ensañamiento contra la situación, que por otra parte hubiese estado más que justificada.
Un besote.

lukas dijo...

He visto algunas películas de Kiarostami, que me gustaron o me durmieron en el cine, como "El sabor de las cerezas", pero como hace tiempo que no voy al cine (aunque las que he visto en los dos últimos años me gustaron mucho), pues eso, que no estoy al tanto de las nuevas. Me la perdí por TV, pero es que me niego a ver cine en televisión. En fin, me encanta tu blog y vendré a menudo por aquí.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Es una película sencilla. Y atroz. Una denuncia bien documentada, que no desgarra, pero que produce lo que debe: estupor, incertidumbre, pánico.
Besote pa' ti, Isabel.


Yo la he buscado (y buscando se encuentra) porque me perdí el pase televisivo y en DVD (en mi pueblo) no es posible localizarla. Una pequeña joya, Lukas. Gracias por las visitas. Ya he visto tu página. Linkada. En lectura.

Anónimo dijo...

Yo vi el pase por televisión y tardé unos días en poder ver cine americano o cine inglés o cine español. Me quedé anonadado y corrí a recomendar la película a un montonazo de gente que luego me contó también lo mucho que le había encantado. Tu reseña es muy buena

Garcia
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