4.10.08

Asesinato justo: Ídolos caídos en desgracia...


Es más que posible que Robert De Niro y Al Pacino hayan contribuído más a mi felicidad que gente a la que veo a diario, con la que me tropiezo e incluso con la que comparto alguna conversación casual sobre cómo va la Liga o sobre si va a llover el fin de semana. La vida tiene estas injusticias morales. Al cine le encomendamos asuntos que jamás confiaríamos a gente real con la que (insisto) nos une la rutina de los días, las barras de bar o los años compartidos en la infancia. Esa evidencia no aturde mi equilibrio ético y, en cuanto puedo, regreso al cine como vehículo de crecimiento personal. En este razonamiento se me hace muy difícil despotricar contra estos dos genios de la interpretación. Lo que han hecho en el pasado les salva de todas las tropelías que hagan en el futuro, pero Asesinato justo se acerca al concepto de desvarío que el diccionario de la R.A.E. recoge. Es una película tan sumamente irrespetuosa con el espectador inteligente que uno piensa que De Niro y Pacino firmaron el contrato bajo algún tipo de amenaza de modo que igual la verdadera película está debajo, en otro nivel, y ésta que nos han vendido es una tapadera. La ficción y la realidad poseen túneles inverosímiles, pasadizos que conectan la parte auténtica con la fantástica. Estoy convencido de que el tiempo, que es juez y febrilmente sentencia a quien merece castigo, borrará de la memoria del buen cinéfilo esta infumable pesadilla en forma de thriller que acabo de ver en el cine, en pantalla grande, como manda Dios, es decir, Billy Wilder.
Jon Avnet es uno de los fabricantes de esta infamia. Debió quedarse a medias cuando convenció a Al Pacino a enfangarse en un delirio psicótico mayor que éste que respondía al nombre de 88 minutos y que también tuve el error de ver en pantalla grande y que me produjo ardores en la conciencia durante días, preguntándome a cada momento cómo podía ser posible que el hombre que había sido Serpico, Michael Corleone, Tony Montana o Ricardo III fuese ahora un triste pelele desnortado, un actor en crisis, incapaz de separar el trabajo honesto del meramente alimenticio. O son malos tiempos y los grandes de la pantalla, a falta de buenos papeles, deben conformarse con migajas tan vergonzantes como éstas. Y De Niro no va a la zaga, el pobre. No se entiende, yo al menos por más que lo intento no alcanza a vislumbrar las razones de este declive, que quien encarnó a Travis Bickle, Jake La Motta, Michael Vromsky o Jimmy Conway rebaje su exigencias dramáticas para meterse en este patético policía de gestos torpes y parlamentos vacíos.
Mi decepción no enturbia la imagen idílica que guardo de estos dos señores. Están ahí Taxi Driver, El Padrino, El cabo del miedo, Serpico, Malas calles, Uno de los nuestros, Toro salvaje, Tarde de perros, A la caza o Justicia para todos. Buenos tiempos. Ahora nos queda pensar que el destino, que también es un bicho cabrón cuando quiere, les regale un papelazo de altura, alguno con el que deslumbrar otra vez y hacer que olvidemos bodrios en los que han arrastrado (penosamente) su ocaso. Tenga el amable lector la indecorosa lista de atentados contra el buen gusto y la memoria sentimental: El enviado, Condenado, Pactar con el diablo, Showtime, Apostando al límite, 15 minutos, Los padres de ella, Los padres de él, 88 minutos, S1mone... Títulos que sonrojan el pudor, invaden de tristeza el alma sencilla del cinéfilo honrado y conducen a la irremisible conclusión de que el vil metal (o la fama o el gusanillo de la cámara) puede más que el buen texto.
Despojada de intriga que arrastre al espectador a un seguimiento minucioso de la trama, que es plana y ridícula, Asesinato justo vive exclusivamente del cásting que la justifica. Su incompetencia para contar una historia meridianamente creíble se amplifica con la ineficacia para entregar a sus dos pesos pesados un material dramático a la altura. Los diálogos de los dos policías son ramplones, irrelevantes y risibles. El patético guionista (cuyo nombre ni viene al caso ni haré porque venga) no parece que en algún momento de lucidez manuscribiera el libreto de Plan oculto, una peliculita soberbia si la comparamos con la que aquí nos tiene el nervio desangrado y la ira a ras de tecla.
Si ahogamos el morbo de ver a De Niro y Pacino juntos (lo de Heat fue un engañabobos) Asesinato justo queda en un blockbuster (cómo me gusta la palabrita) de arranque de otoño que únicamente contentará a quienes, por su edad, por su impericia cinéfila, no han conocido a Travis Bickle o a Tony Montana. Como de éstos puede haber legión, no dudo que este émulo de película arrastre a una caterva entusiasmada de ingenuos. Avisados estamos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hey, compañero, eh, chaval, avisado estoy. Cómo no hacerte caso. Tú de cine sabes mucho. Joder. Y eso que Robert y Al son colegas desde hace años de nuestros recuerdos, como muy requetebién dices. Entonces no vamos, ¿no? Pues sí, te hago caso. Nos vemos pronto. RAfa

Isabel Huete dijo...

Pues sí, mis también admirados De Niro y Pacino no podrán contar con mi presencia en la sala de cine para verlos. Es una pena, como bien dices, que se presten a interpretar estos bodrios. Pero los recordaremos por lo bueno que hicieron, al menos yo, que les perdonaré todo.
Un besazo.

Anónimo dijo...

Rafa, Isabel, me he excedido, a pesar de que me dije no hacerlo, pero es que tan malísima que no es posible luego cumplir esas promesas.

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