Hay películas, ya lo hemos escrito muchas veces, que conocen con antelación su destino. La de ésta es engrosar las ubérrimas estanterías de los blockbusters de turno y alimentar el ocio adolescente un sábado noche en donde apetezca quedarse en casa y amodorrarse en el sofá con el home cinema a un volumen apropiado y ver colorines en las nuevas teles de plasma. Estrictamente sujeta a este contexto, La prueba del crimen es eficiente. Entretiene, sin más. Entrega dos horas de cine sin dobleces, que va al grano y, en ocasiones, lo revienta a base de pisotones torpes.
Trata de un hombre que corre asustado, tal es el título original del inglés: una steadycam briosa lo persigue y en la persecución, en el vértigo que nos ofrecen, el guión se cae, las hojas se derrumban en alguna acera de la ciudad que retrata y el viento las esparce. Luego no hay voluntad de agacharse, ordenarlas y darles otra vez una oportunidad. Porque el argumento no es malo. Lo incorrecto, lo que no funciona, es la forma en que este realizador novicio ( participó de guionista en Cazadores de mentes, otro producto de videoclub cien por cien amortizable ) concibe el espectáculo de la agonía de su protagonista, que lucha desesperadamente por solucionar un problema que se le ha ido de las manos. Da igual que en los papeles librados para paginación de revistas de cine y webs en la red, se insista en que se ha mimado muchísimo el trabajo del storyboard. Yo no lo aprecio así. Ha sido una oportunidad perdida, pero tampoco hubiéramos perdido mucho si todo se hubiese avenido a un mínimo sentido del orden, de la lógica narrativa. A mí me pareció que la confusión malograba un guión digno, si bien ya visto en trozos de otras cien películas que corren parejas a ésta y que tocan los mismos rigores de la sociedad moderna.
Esta gente al margen de la ley vive tan al día que sus sufrimientos no nos calan, nos tocan de rondón, nos rozan y después nos abandonan. Caso de que Scorsese, pongo por caso, hubiese dirigido el film, otra opinión tendríamos.
La burrada de cosas que suceden en una noche no se creen: no hay veracidad en el trajín de Joey Gazelle ( Paul Walker, guaperas de postín ) en busca de la pistola que puede devolverle la vida, pero no hay que destripar el único interés que posee la cinta, esto es, su primer tramo, la historia en su arranque. Ahí uno se las promete felices. Luego el júbilo deviene paroxismo, aburrimiento. Todo es muy largo. Hasta el final es un torpe engaño, que gustará ( no lo dudo ) a muchos. Podría haber durado treinta minutos menos y no tendríamos que pensar en Scorsese o en Scott o en el inefable Peckinpah, que sabía como nadie retratar la violencia, el caos, el linde finísimo entre los bueno y los malos sin que el espectador tuviese en ningún momento claro de qué lado decantarse.
Si lo que quería Kramer era retratar cómo una familia americana desestructurada se reestructura otra vez, ha marrado, se ha ido por los cerros de Úbeda, provincia de Jaén, pero allí los tales cerros son los valles de Minnesota, pongo por caso. Pues eso: a Minnesota.
Tampoco cuela ese carrusel de colores que van del azul magenta al gris mesopotamia, todo bien digitalizado para que (insisto) su merchandising videoclubero dé el cromatismo deseado y el comprador/alquilador de la cinta se jacte con los amigotes de lo estupendamente que se ve su lcd de 32 pulgadas made in Corea.
Para colores bonitos, La sirenita, que ahora sale en dvd con mayor profusión de lindezas y hasta canciones nuevas.
Posdata: mi abuela decía que en las películas modernas había mucho disparo, mucha gente canalla, mucho embrollo, con lo bonito que es no meterse en líos. No vio, la pobre, La prueba del crimen.
Así que no diré, después de este ejercicio de disección anatómica, que es mala. No diría yo eso. Home cinema, lcd, braserito ( ya mismo ). Y a disfrutar de la casa. Para cine con sala grande, no da. La sala de cine merece otros respetos.
Trata de un hombre que corre asustado, tal es el título original del inglés: una steadycam briosa lo persigue y en la persecución, en el vértigo que nos ofrecen, el guión se cae, las hojas se derrumban en alguna acera de la ciudad que retrata y el viento las esparce. Luego no hay voluntad de agacharse, ordenarlas y darles otra vez una oportunidad. Porque el argumento no es malo. Lo incorrecto, lo que no funciona, es la forma en que este realizador novicio ( participó de guionista en Cazadores de mentes, otro producto de videoclub cien por cien amortizable ) concibe el espectáculo de la agonía de su protagonista, que lucha desesperadamente por solucionar un problema que se le ha ido de las manos. Da igual que en los papeles librados para paginación de revistas de cine y webs en la red, se insista en que se ha mimado muchísimo el trabajo del storyboard. Yo no lo aprecio así. Ha sido una oportunidad perdida, pero tampoco hubiéramos perdido mucho si todo se hubiese avenido a un mínimo sentido del orden, de la lógica narrativa. A mí me pareció que la confusión malograba un guión digno, si bien ya visto en trozos de otras cien películas que corren parejas a ésta y que tocan los mismos rigores de la sociedad moderna.
Esta gente al margen de la ley vive tan al día que sus sufrimientos no nos calan, nos tocan de rondón, nos rozan y después nos abandonan. Caso de que Scorsese, pongo por caso, hubiese dirigido el film, otra opinión tendríamos.
La burrada de cosas que suceden en una noche no se creen: no hay veracidad en el trajín de Joey Gazelle ( Paul Walker, guaperas de postín ) en busca de la pistola que puede devolverle la vida, pero no hay que destripar el único interés que posee la cinta, esto es, su primer tramo, la historia en su arranque. Ahí uno se las promete felices. Luego el júbilo deviene paroxismo, aburrimiento. Todo es muy largo. Hasta el final es un torpe engaño, que gustará ( no lo dudo ) a muchos. Podría haber durado treinta minutos menos y no tendríamos que pensar en Scorsese o en Scott o en el inefable Peckinpah, que sabía como nadie retratar la violencia, el caos, el linde finísimo entre los bueno y los malos sin que el espectador tuviese en ningún momento claro de qué lado decantarse.
Si lo que quería Kramer era retratar cómo una familia americana desestructurada se reestructura otra vez, ha marrado, se ha ido por los cerros de Úbeda, provincia de Jaén, pero allí los tales cerros son los valles de Minnesota, pongo por caso. Pues eso: a Minnesota.
Tampoco cuela ese carrusel de colores que van del azul magenta al gris mesopotamia, todo bien digitalizado para que (insisto) su merchandising videoclubero dé el cromatismo deseado y el comprador/alquilador de la cinta se jacte con los amigotes de lo estupendamente que se ve su lcd de 32 pulgadas made in Corea.
Para colores bonitos, La sirenita, que ahora sale en dvd con mayor profusión de lindezas y hasta canciones nuevas.
Posdata: mi abuela decía que en las películas modernas había mucho disparo, mucha gente canalla, mucho embrollo, con lo bonito que es no meterse en líos. No vio, la pobre, La prueba del crimen.
Así que no diré, después de este ejercicio de disección anatómica, que es mala. No diría yo eso. Home cinema, lcd, braserito ( ya mismo ). Y a disfrutar de la casa. Para cine con sala grande, no da. La sala de cine merece otros respetos.