Posee Solondz un exquisito sentido del riesgo, una responsabilidad autocomplaciente que tiene en el viaje de una niña su fundamento narrativo. No se trata de un viaje físico, aunque la película se desmembra en un abanico fantástico de escenarios: lo que evidencia es una denuncia muy bien trabada y escenificada del mundo de la infancia.
Aviva Víctor, la protagonista, quiere ser madre. La encorsetada vida familiar censura sus deseos por lo que se ve abocada a buscar en la calle la realización de sus sueños. No va a ser fácil. En realidad, no va a ser posible.
Solondoz tira de un personaje al que interpretan muchas actrices. Trata ( imagino ) de que todos podamos sentirnos cómplices de su pericia vital. Intenta ( insisto ) en crear una empatía, un estado natural de las cosas, un ejercicio sofisticado, pero minimalista, en el fondo, reconciliable con todos los vicios que el espectador lleva a la sala de modo que la película no deja indifierente: cala en cualquier tipo de público, incluso en aquel que no conecta con la mente ( retorcida ) de un director estimulante como pocos, que indaga en el alma humana y extrae de ella el material más sensible, el menos contaminado por los condicionantes sociales, políticos o sentimentales.
Usar la figura del palíndromo como título de esta pirueta cuasicircense también tiene su miga. El palíndromo es la frase que se lee igual del derecho que al revés. " Ana lleva al oso la avellana ".
Es la metáfora de que todos somos iguales: de que no existe viaje, de que no hay cambio.
Querrá el espectador cómodo, hecho a que se le de la comida mascadita. Aquí se precisa un avituallamiento de buenas intenciones, cierta complicidad ética y estética.
O sea que esto es una película de campeonato, que no va a triunfar en caja, como tampoco lo hicieron Happiness o Bienvenido a la casa de muñecas, las otras creaciones de este autor inclasificable.
Hay, no obstante, una indolencia en el retrato de las situaciones más dramáticas, cuando no escabrosas, de la trama. Se ve todo, en ocasiones, excesivamente distante, frío, hierático casi. No hay calor: se obvia el componente más a mano de las emociones humanas, que es la naturalidad. Todo muy bien compartimentado, estabulado: todo preparado para que no sepamos si asistimos a cuento de hadas moderno o a un leyenda urbana.
Lo que tengo muy claro es que cuando uno ha terminado de ver la película, el runrún de su historia colea en la memoria, martilleando nuestra plácida vida burguesa de ciudadanos complacidos con la mansedumbre de este (falso) Estado del Bienestar, cacareado por Gobiernos democráticos como Sello de la Casa.
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