10.10.06

EL DIABLO SE VISTE DE PRADA : Fotogramas en papel couché





Igual que, como decía el poeta, la luna es la imperfección de la oscuridad, la comedia es el reverso frívolo del drama. Tengo un amigo que advierte drama en todas las películas que ve: en todas atisba su poso triste, su decaimiento, su migaja de tragedia.
El diablo viste de Prada será para mi amigo un drama enorme. Se excederá en argumentarlo y no le restaré una porción de razón, aunque diminuta.
El diablo viste de Prada es la comedieta tradicional, grácil, liviana, embutida en un traje colorido y de marca que gustará al amable público que desee, entre tanta rimbombancia y sórdida escatología, un rato de evasión, un paseo por el parque con los pies descalzos.
A esta dulce sensación de bienestar contribuye una Meryl Streep en estado de gracia, y eso que no es santa de mi devocionario. Una Meryl Streep, insisto, que borda un papel muy apetitoso y que podría haber hecho con suma eficiencia Glenn Close o Sigourney Weaver.
Brilla en igual medida Stanley Tucci, un actor que todavía no ha encontrado el papel de su vida, pero tiempo tiene.
La historieta que encontramos es de almíbar y chocolate fundido, cómo no, pero debajo late el corazón de las tinieblas, la mala leche que el ser humano atesora para cuando la necesidad la llama. Y vive Dios que acude. Mi amigo se siente, al fin, comprendido.
La vida representada aquí es la vida cruda y dura, la trinchera del escalafonato social: con sus cuchilladas y sus miradas arteras, con su infamia y su mandoble. Lo que pasa es que todo se tamiza con el colador de la moda, que es lindo y que estalla en colores, y los guionistas se esmeran en brindarnos unos diálogos ciertamente trabajados, que provocan que el espectador no se sienta, como suelen estas comedias, engañado.
Huele todo en demasía a Pret-a-porter, pero le restamos el halo de falsa intelectualidad que tenía la obra de Altman. Ésta la supera en agilidad, en desvergüenza. Se emparenta más con Armas de mujer, la película de los ochenta de Mike Nichols, pero El diablo se viste de Prada hurga menos en la psicología de los personajes. Bueno, la verdad es que hurga en verdad bien poco.
Echa uno en falta artefactos lúdicos de esta guisa. Hay comedias de este corte que se arroban el aburrimiento o se visten de grosería. Aquí todo se conduce con un estilo desenfadado, limpio, exento de dramatismos innecesarios.
Tampoco confunde al amable espectador prestándose a la mezcla de géneros. Que luego se tocan muchos y no se afina en ninguno.
Demos un trato generoso a la película de David FRankel, pero tampoco arrojemos al Duero las campanas de Notre Dame, que no pasará todo esto a ninguna lista de éxitos en la Historia del Cine. Taquilla, al menos, hará. Y los colores son muy bonitos.
¿ Sátira del mundo de la moda ? Escasa. Ya he dicho que se pueden pedir peras a este olmo gracioso, pero en su mitad hueco.
Pastelitos para todos.



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