24.1.21

Dietario 24

 Se tiene a veces la equivocada idea de que la costumbre es un estorbo y se le rebaja el prestigio y el afecto. En estos días de confinamiento casero (el que cada uno disponga, ojalá todo el disponible, bien de todos será ese esfuerzo) encuentra uno placeres que creía olvidados y los recupera con novicio entusiasmo, como si de pronto todo girara alrededor de ellos y los oficios menos relevantes cobraran súbitamente un importancia nueva, la de las cosas recién estrenadas, aunque estemos al tanto de ellas y sepamos cómo manejarlas. Hablaba hoy con el gusto habitual con P. y me confiaba la impresión compartida de que es en casa en donde se realiza últimamente la vida, que afuera todo es una niebla de la que se recela (con razón) y que no podemos apartar, por mucho que creamos estar capacitados para volcarnos en ella al modo en que se hacía, con idéntico vigor. El precio de esta pandemia va a ser sentimental, seremos otros una vez que concluya el rigor del aire (el miedo al aire, la creencia de que hay un ejército invisible de circunstancias que nos cercan y fragmentan, si no algo peor). Se sale a la calle con cierta pesadumbre, aunque hasta esa pesadumbre acabe incorporada a nuestro caudal de emociones y la acatemos, qué remedio. En casa, en ese limbo perfecto (ojalá cada uno encuentra la perfección en el espacio privado de su vivienda), la vida continúa su infatigable transcurso, sólo que no es la vida que queremos, no la deseada y antigua, en la que éramos libres. ¿No lo somos ahora?, me he preguntado en un arrebato de irrelevante metafísica. La libertad es un asunto mudable, se adapta a la circunstancias, es materia de una asombrosa capacidad de adaptación. Se puede ser libre en casa, no es un sacrificio absoluto. Hoy lo he sido en la compañía de un libro y de un disco. Era yo en mi cápsula de evasión favorita. Hace falta tener algunas a mano: se recurre a ellas sin motivo, pero hay veces en que tenemos todos los motivos para permitir que nos conforten. 

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